De la liberación del trabajo pesado a una economía sin trabajadores.
Nuestro marino lanza una reflexión:
—Durante años creímos que los robots llegaron para liberarnos del trabajo duro, pero sospecho que, al final, los robots y la IA nos liberarán de algunas cosas más.
Hubo un tiempo en que la automatización fue una buena noticia. Fábricas más seguras que suponían menor siniestralidad laboral, las tareas repetitivas eran sustituidas por procesos precisos, la productividad mejoraba con empleos más tecnificados lo que suponía mayor retribución.
Aunque en un primer momento se destruían empleos se acababan compensando con otros nuevos, generalmente de mayor valor añadido. La tecnología fue una aliada, aunque ahora, con la IA vemos que no mueve brazos, pero puede acabar moviendo decisiones estratégicas.
La joven profesora interviene:
—Este nuevo actor tecnológico —la IA— parece que trae un nuevo escenario e incógnitas que el tiempo irá precisando. De momento, las grandes corporaciones anuncian, de inicio, recortes importantes de sus plantillas; a modo de ejemplo, Microsoft, unos 9.000, un 4 % de su plantilla global, Accenture unos 11.000, Novo Nordisk, farmacéutica, unos 9.000, Intel unos 24.000, Meta, unos 3.600, Salesforce unos 4.000 en atención al cliente o Amazon, unos 30.000, más un 15 % de su plantilla de RRHH y un plan de automatización del 75 % de sus operaciones.
El catedrático de economía, Santiago Niño Becerra, en su último libro, Futuro ¿Qué futuro?, nos advertía que: «Nos dirigimos hacia un modelo en el que la mayoría trabajará menos años, con menos estabilidad y con menor peso en la economía real».
Se desprende que, ni mucho empleo, ni de alta calidad. Es el rumbo perfecto hacia ninguna parte.
Se dirá que la IA aumenta la eficiencia, pero también los márgenes de beneficio. Nos venden como progreso un ajuste silencioso y profundo, además los robots ni hacen huelga, ni cotizan y de momento, no votan.
El progreso tecnológico se ha asociado al bienestar, aunque asistimos a una paradoja, porque la economía digital multiplica la riqueza, pero reduce la participación humana en su creación y las grandes plataformas tecnológicas —esas que su capitalización supera a países enteros— emplean a menos personas que cualquier multinacional industrial de los años 80-90.
El marino añadió:
—Hablamos de «productividad sin empleo» y surgen algunas cuestiones de futuro, porque si el valor lo generarán los algoritmos, mientras que nuestro sistema también lo sostiene las rentas del trabajo, que representa alrededor del 30-35 % de los PGE, la pregunta: ¿Quién pagará las pensiones, la sanidad o la educación en el futuro?
Los parámetros para medir la riqueza en el siglo XX —PIB, empleo, renta—, acabarán cambiando en el XXI a medida que avancen otros factores y que la riqueza se concentre, cada vez más, en la economía intangible, en la propiedad del dato o en el control de la información, mientras que el trabajo, el esfuerzo cotidiano, se vuelva más prescindible.
Este es un escenario diferente, el pleno empleo se desvanece, los jóvenes entran más tarde en el mercado laboral, se acorta el periodo de cotización de los trabajadores —aunque se suba la edad de jubilación— y la formación, además de más larga y costosa, ya no garantiza la estabilidad de por vida.
Como en el pasado, podemos pensar que surgirán nuevas profesiones, pero las transiciones tecnológicas nunca han sido «neutras» y sin damnificados y ésta, quizás sea la más importante, rápida y profunda de la historia y todavía en sus comienzos.
La diferencia está en que, en la 1ª revolución industrial, los obreros veían las máquinas que les sustituían y era una economía tangible, pero nosotros ni siquiera vemos al robot que nos desplaza porque está en la nube, en un servidor remoto.
Mientras el gobierno de Pedro Sánchez mira para otro lado, maquilla las estadísticas de empleo, presume de una falsa estabilidad laboral —fijos discontinuos—, disfrazado de flexibilidad, aunque se reducen las horas trabajadas y subsidios que sustituyen a una verdadera política de empleo realista con proyección de futuro. Hay ayudas y «paguitas» donde haría falta estrategia exenta de ideología.
La joven profesora añade:
—Hemos confundido bienestar con comodidad. España, con una economía de servicios y escasa inversión tecnológica, llega tarde a cada revolución industrial y lo más grave es que, mientras discutimos de política identitaria y de temas superfluos, el mundo se reconfigura sin nosotros. Mientras la UE envejece, burocratizada, sin dinamismo, ni estrategia para encontrar la salida que nos garantice el sostenimiento de nuestro nivel de vida en el futuro.
Hoy empieza a cobrar sentido esa idea de algunos especialistas que proponen que, si los robots reemplazan el trabajo humano, sería justo que tributen para contribuir al sostenimiento del sistema. Esto que, no hace muchos años hubiera sonado a disparate, a lo mejor, no es tan descabellado.
Puede que no sea más que una alegoría o una salida imaginativa para la supervivencia del Estado del bienestar.
Entre risas el marino concluye:
—Una idea disruptiva que, con toda seguridad, nuestros políticos harían excelentemente bien, porque en otras cosas no, pero en materia de imponer nuevos tipos impositivos son imbatibles.
Mientras seguiremos con el ruido de los discursos, aunque la automatización sigue su curso, pero es como discutir sobre la pintura del barco cuando el agua nos llega a los tobillos.
Al salir ven el mar en calma y piensan que quizás demasiado.
Jorge Molina Sanz
Agitador neuronal
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