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Los yihadistas se drogan con anfetaminas como los nazis

Utilizan el "captagón" para inhibirse ante el miedo y el dolor, como hizo el ejército de Hitler

jueves 28 de mayo de 2015, 00:10h

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El “captagon” se ha extendido entre los combatientes de Oriente Medio al inhibir la sensación de miedo y dolor. Testigos que han sufrido los ataques de las hordas del Estado Islámico contra poblaciones civiles en Siria e Iraq, así como los desertores del grupo terrorista, afirman que la barbarie y la ferocidad que muestran los yihadistas se debe a la ingestión de “captagon” o clorhidrato de fenetilina, una droga elaborada a base de anfetaminas que inhibe la sensación de dolor, miedo y cansancio.


Durante la Segunda Guerra Mundial unidades del ejército nazi consumían una droga muy parecida al “captagon” que les proporcionaba la sensación de ser invencibles.

Esta eficaz droga ha hecho su aparición en el teatro de guerra de Oriente Medio y se distribuye en forma de pequeñas píldoras blancas. Los diferentes grupos islamistas de Siria -Estado Islámico, Frente Al Nosra y Ejército Sirio Libre- que luchan contra el régimen de Bachar El Assad las suministran habitualmente a sus combatientes.

El empleo de drogas por los ejércitos es tan antiguo como la guerra. Entre los combatientes islámicos, fedayines, muyahidines o yihadistas, es conocida la leyenda de los hashashiyin (asesinos) del “Viejo de la montaña” Hassan Bin Sabbah, en el norte de Persia en el siglo X, que consumían sustancias estupefacientes antes de entrar en combate.

Los guerreros kurdos que hacen frente a los yihadistas en Iraq y Siria afirman: “se nos echan encima eufóricos, profiriendo gritos o riendo, como si no fueran a morir nunca”.

Tras la Segunda Guerra Mundial los ejércitos vencedores se interesaron por los avances técnicos y científicos de la Alemania derrotada, entre ellos las drogas utilizadas por sus soldados. Británicos, estadounidenses, franceses y rusos desarrollaron en sus laboratorios las drogas utilizadas por los médicos nazis.

El “captagon”, descubierto en 1963, fue prescrito en sus inicios para combatir la depresión y la narcolepsia, y desde 1986 ha sido clasificado como una substancia psicotrópica por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La mayoría de los países prohíben su consumo.

Su producción, que en los comienzos era monopolio de los laboratorios secretos de diferentes potencias mundiales, ha tomado auge en la última década en Turquía, Líbano y Siria. Desde estos países la droga en vendida por los narcotraficantes a diferentes países del Golfo Pérsico.

El precio medio oscila entre 5 y 10 dólares el envase, y supone una rentable fuente de financiación para el Estado Islámico que comercializa la droga, quedándose una parte de la misma para el consumo de sus combatientes.

El tráfico de droga por los llamados “movimientos revolucionarios” de diversa ideología es común en todo el mundo. Entre otros, los talibanes afganos producen y comercializan el opio, base para la fabricación de la heroína; las FARC colombianas se han hecho con una buena parte del tráfico de cocaína; y el Ejército de Liberación de Kosovo (UCK) es el intermediario de las redes de opio y heroína procedente de Asia y destinada al mercado europeo.

El “captagon” no solo es una droga de uso cotidiano entre los combatientes en busca de la supremacía racial o religiosa, sino que se ha convertido en “el nervio de la guerra” en el teatro medio-oriental. Según el experto en antiterrorismo yihadista Redwan Mortada, “todas las milicias que combaten en Siria lo producen y comercializan, obteniendo de este modo el dinero necesario para adquirir armamento y organizar sus operaciones militares”.

Arabia Saudí es uno de los principales compradores de la droga. Las Autoridades de Ryad confiscan cada año unos 55 millones de píldoras, cifra que representa tan sólo un 10% de las que circulan en el reino wahabita, según el Informe de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga (UNODC) publicado en 2013.

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