Este martes, falleció José «Pepe» Mujica, el ex presidente uruguayo y figura emblemática de la izquierda latinoamericana. Su muerte marca el final de una trayectoria que, lejos de ajustarse a la imagen del “sabio campesino” promovida por algunos sectores, representa uno de los episodios más oscuros del terrorismo en Uruguay.
Antes de asumir la presidencia, Mujica fue un miembro activo del grupo guerrillero Tupamaros, organización que llevó a cabo numerosos actos de violencia armada durante las décadas de 1960 y 1970. En contraste con su representación como un “abuelo pacifista”, participó en secuestros, asesinatos, asaltos a bancos y atentados con explosivos.
Un pasado violento y sus consecuencias
Las víctimas de Mujica no se limitaron a un solo grupo; incluyeron militares, policías, civiles e incluso trabajadores inocentes. Fue arrestado y pasó más de una década en prisión, no por sus ideas políticas, sino por haber cometido crímenes violentos contra el Estado.
A pesar de su historia, los medios han mantenido un silencio notable. La narrativa internacional lo ha elevado a la categoría de ícono del “socialismo con mate”, alabando su estilo de vida austero y sus discursos cargados de frases populares. Sin embargo, surge la pregunta: ¿de qué sirve vivir con humildad cuando se tiene la conciencia manchada de sangre?
Permanencia en el poder y falta de arrepentimiento
Durante su mandato presidencial (2010-2015), Mujica nunca solicitó perdón. No mostró ningún signo de arrepentimiento por sus acciones pasadas ni buscó reconciliarse con las víctimas del terrorismo tupamaro. Por el contrario, optó por indultar y proteger a sus antiguos compañeros, incluso aquellos acusados de delitos graves cometidos durante su gobierno.
Mujica también fue un ferviente defensor del modelo bolivariano en América Latina. Apoyó regímenes como el de Nicolás Maduro en Venezuela, defendió a figuras como Fidel Castro, y alineó a Uruguay con lo más controvertido del socialismo continental.
Legado controvertido
"referente ético", miles de uruguayos rememoran el dolor y el miedo que provocó. La historia no puede ser reescrita por quienes mejor manejan su imagen personal.
Mujica no fue un héroe; fue un terrorista reciclado en presidente.