Pero quizás el último escándalo surgido que afecta a una de las figuras más relevantes de los últimos años, José Luis Ábalos, nos lleve a la conclusión de la poca altura, o profunda bajura, intelectual, moral, e ideológica de la clase política actual en contraste con la que tuvimos la suerte de disfrutar durante nuestra Transición.
Precisamente uno de los últimos que se nos fue de aquella generación de altura fue Enrique Curiel. El próximo 2 de marzo se cumplen 13 años de su fallecimiento y esta reflexión sirve también como un humilde homenaje de quien compartió con él aventuras y desventuras.
Político forjado en la lucha anti franquista en su paso por su militancia en el PCE llegando a su vicesecretaria general y antes en el PSPE de otro grande, Enrique Tierno Galván.
Juntos entramos en crisis en nuestra militancia confrontados con un Santiago Carrillo incapaz de entender que los tiempos estaban cambiando, juntos formamos la Fundación Europa y juntos dimos el paso hacia el PSOE de la mano de Txiki Benegas.
Enrique era un político de los que ya no se ven hoy en día; inteligente, reflexivo, honesto, dialogante, de izquierdas de los de verdad, pero sobre todo era una excelente persona repleta de humanidad, de sentido común.
Alguien que fue capaz en su muerte de juntar en su glosario a gentes tan diversas como Beiras, Carrillo, Zabaleta, Barrena, Benegas, o Elorza. Gentes que vivieron en primera persona su esfuerzo para aportar soluciones para España, Euskadi, Galiza o Catalunya.
Quiero resaltar especialmente su trabajo a favor de la paz, del diálogo entre diferentes e incluso entre muy diferentes, como vía de entendimiento y por tanto de solución de conflictos.
En el libro que quedó pendiente de escribir aparecerían nombres como Zapatero, Borrell, Almunia, Zabaleta, Barrena, Otegi, Elorza, Arzallus, Carod Rovira, Pasqual Maragall, Ernest Lluch y especialmente Rubalcaba, siempre Rubalcaba.
Enrique aportó al lenguaje político ideas novedosas: “casa común de la izquierda”, “construir puentes por los que comunicarnos”, “dialogar incluso con los muy diferentes”, “tensiones centro-periferia”, o “España como nación de naciones”, que hoy en día se utilizan de manera habitual.
Nos dejó su legado, especialmente sus numerosos escritos que hoy estarían plenamente vigentes sobre el “problema vasco”, también sobre el “problema catalán”, realizados con lucidez, audacia (no siempre comprendida) y generosidad, mucha generosidad, ésa que tanto necesitamos hoy.
Durante esos 25 años se empeñó en un final del conflicto vasco sin vencedores ni vencidos, consciente de que para llegar todos debíamos dejar “pelos en la gatera”, también que lo más difícil sería la reconciliación desde el perdón, la reparación y la generosidad. Eso ahora vale también para el “conflicto catalán”.
En sus innumerables viajes a Euskadi y Navarra aprendió a conocer y respetar estas tierras, sus costumbres, su gastronomía, sus fiestas y sobre todo sus gentes. Se convirtió en un embajador, que de manera didáctica intentaba explicar allí por donde iba el llamado “conflicto vasco”. En especial desde su militancia socialista y en su trabajo como profesor de la Facultad de Políticas de Madrid.
También el tema catalán le preocupó, en un momento en el que ya comenzaba la deriva del PP al presentar su recurso contra el Estatut ante el TC. En sus numerosos escritos sobre el tema, abogaba por buscar soluciones definitivas a las tensiones centro-periferia heredadas de una Transición de la que él fue protagonista.
Ya entonces defendía abrir un nuevo proceso constituyente que nos llevara a un Estado Federal Plurinacional, así como buscar encaje legal para algo que le parecía vital como el derecho a decidir. Fue así un adelantado que tuvo que sufrir como consecuencia de ello incomprensiones y desdenes, especialmente en su etapa de militancia socialista.
Fue el inventor del término “casa común de la izquierda” para referirse al PSOE, en un vano intento de hacer posible en su seno la convivencia de gentes plurales, como las que llegamos desde nuestra militancia. Fracasó en ese intento y así siempre fuimos considerados como extraños en su seno.
Gallego de nacimiento, madrileño de vivencia, vasco de adopción y catalán de análisis. Esas cuatro realidades le hicieron más comprensivo, sensato, mucho más que quien escribe estas líneas a quien achacó innumerables veces su actitud lenguaraz y libertaria.
Ha sido la persona con quien más he discutido en mi larga vida, pero en esos debates se fue fraguando una amistad inquebrantable que solo su muerte pudo romper.
Mi recuerdo 13 años después Enrique, amigo y compañero, agur, adeu, adiós de nuevo en este aniversario, con el recuerdo del profundo dolor y vacío que produjo tu marcha.
Continuaré incansable como me reclamabas tu lucha, pero al mismo tiempo desde estas líneas vuelvo a alzar mi voz para reivindicar tu legado, para clamar por el reconocimiento de tu inmensa labor a favor de la paz y la convivencia, entre las diferentes naciones que conforman este país complejo, todo ello como hombre de estado.
Enrique pertenecía a esos políticos de altura que han ido desapareciendo con el tiempo de nuestro panorama político tan empobrecido hoy. Solo hay que asomarse a la realidad actual.