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En una playa de arena blanca, DALL•E crea una imagen de un grupo de amigos disfrutando del sol y el mar, mientras que en el fondo se ve un dron volando sobre ellos. ¿Podría la inteligencia artificial controlar estos drones y espiar a las personas en la playa?
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En una playa de arena blanca, DALL•E crea una imagen de un grupo de amigos disfrutando del sol y el mar, mientras que en el fondo se ve un dron volando sobre ellos. ¿Podría la inteligencia artificial controlar estos drones y espiar a las personas en la playa? (Foto: DALL·E ai art)

Espías cibernéticos para ayudar a Sánchez a salir de su Laberinto

jueves 09 de marzo de 2023, 15:36h

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Son los tesoros ocultos tras la Inteligencia Artificial y que anidan entre los circuitos de las supercomputadoras como el mejor y más eficaz de los espías. Capaz de tener la información que puede hacer que, con una tecla, se tenga más datos reservados que los que se obtenían con todo un ejército de agentes infiltrados en el enemigo o adversario. El más conocido de todos se encuentra en Barcelona y lo guarda la Generalitat de Cataluña. Se llama "Mare Nostrum" y es capaz de procesar cuatrillones de datos en segundos.

No se parece, por ahora, al "Skynet" todopoderoso e invasivo de la serie cinematográfica "Terminator", pero comienza a parecerse, al igual que sus hermanos más pequeños que residen en El Escorial madrileño, la sede del CNI en la carretera de La Coruña o los centros de datos de los grandes bancos y las empresas multinacionales. Si Pedro Sánchez quiere "conocer" los resultados electorales de mayo y buscar la mejor salida a su propio laberinto político, ese en el que vamos a seguir tras las escaramuzas feministas del 8 de marzo, en el que vamos a seguir, tan sólo tiene que preguntarles y conseguir una respuesta con el 95% de acierto.

Desde hace cuatro años "Mare Nostrum" cumple con la misma misión que tienen sus hermanos europeos y españoles. Nos conocen a los ciudadanos, saben lo que pensamos, lo que queremos, lo que hemos hecho y lo que posiblemente vayamos a hacer. En Estados Unidos y China hacen lo mismo pero a una escala mayor y con mayores dosis de invasión de lo que llamamos "privacidad". La globalización es exactamente eso: la capacidad de una minoría muy minoritaria para conocer, con anterioridad a nosotros mismos, lo que vamos a votar y las razones más personales que tenemos para hacerlo. Desde Zuckerberg hasta Musk, por citar dos nombres conocidos y mega ricos gracias a la tecnología, han ido sumando datos sobre nuestro hacer cotidiano: lo que compramos, lo que decimos y lo que subimos a las redes sociales; la televisión que vemos, la radio que escuchamos, las informaciones que leemos. A través del análisis de esos millones de datos que proporcionamos cada día, cuando llegan las elecciones, las urnas no tienen secretos para ellos y cada vez menos para los dirigentes políticos. Los imprevistos y las sorpresas se reducen a la misma velocidad que aumenta la capacidad de "cambiar" las ideas iniciales de los votantes.

Reconozcamos, pese a que nos asuste y disguste, la realidad presente y futura. Nuestra vida está siendo procesada y lo estará cada vez más. Nuestros "Skynet" hispanos están entre los cinco más potentes de Europa, y entran dentro de la élite mundial, ese exclusivo club que dominan - con la ventaja añadida de las "miradas desde el cielo" que proporcionan sus satélites de comunicaciones - Estados Unidos y China, con el gigante "Secuoya" en su hipercentro y sus "petaflops" que evolucionan y asustan. Casi es mejor no conocerlos en persona y evitar que la actual guerra de Ucrania, por ejemplo, sea la última que se parezca a los conflictos del siglo XX.

Si queremos ver de cerca el "cerebro catalán", podemos acercarnos a la hermosa capilla de la Torre Girona, diseñada por el arquitecto Oriol Mestres para un uso religioso. ¿Y qué mayor religión quieren que asumamos que la de la Inteligencia Artificial, que permite salvar vidas y acelerar procesos de investigación, pero también controlar más y más velozmente nuestra propia existencia? No le hemos entregado el control absoluto de nuestra sociedad, pero nos acercamos a ese acto final de manera acelerada y peligrosa. A un humano se le controla por sus emociones, por sus deseos, por sus miedos, por sus ambiciones y dudas. ¿Cómo se controla a una máquina que lo sabe todo y carece de emociones? La respuesta estará en su próxima generación evolutiva, en esos ordenadores cuánticos que ya nos han anunciado.

Mientras llegamos a ese nivel social en el que las elecciones no serán necesarias, pues estaremos votando y eligiendo cada día lo que en teoría necesitamos y demandamos del poder, todavía contamos con el impredecible elemento humano, que se equivoca y provoca cambios de última hora, pequeños, mínimos, pero que cuando los que juegan el partido electoral están empatados a falta de los minutos de prórroga, pueden decidir el nombre del ganador y del futuro presidente del Gobierno. Puede cambiar el color del dirigente que se siente en el gran sillón del Palacio de La Moncloa, pero acertarán en el noventa y cinco por ciento de las decisiones que tomará después.

Esos datos, procesados al minuto por los "Skynet" reales, el "Mare Nostrum" y algunos de sus hermanos pequeños, el presidente del Gobierno y los presidentes de las grandes compañías del Ibex35 - que tienen la posibilidad de preguntar y acceder a los resultados de esos cerebros cibernéticos-, cuentan con la información necesaria para tomar decisiones de traslado de compañías, ventajas fiscales, inversiones en las bolsas, situaciones competitivas y, por supuesto, ante citas electorales ayudar a los contendientes de las batallas a encontrar las mejores salidas a sus propios laberintos, esos que llevan construyendo durante los últimos 40 años con sus aparentes y publicados callejones sin salida. Cada uno de ellos culpará al otro de llevarle por el camino equivocado y todos juntos volverán al centro del que partieron y donde les espera el Minotauro, listo para devorar a la opinión pública.

El poder de las máquinas, los apocalipsis cinematográficos, los robots asesinos... deberíamos pensar que son pura ficción de los guionistas que emulan a Julio Verne o Aldous Huxley, pero son una realidad que puede convertirse en el cementerio de la democracia a nivel planetario. Hoy no parece que utilizando ellos no se les pueda obligar a pensar en España y en los españoles y en la necesidad de que convenzan a sus "sueños" de que hablen, acuerden, sacrifiquen maximalismos e impidan meses de bloqueo, gobiernos en evidentes crisis y citas con las urnas que sirven para negociaciones que ya han sido pensadas y hasta descritas en los circuitos neurológicos de las computadoras cuánticas. No se puede obligarles, pero se puede convencerles y es de esperar y desear que lo consigan por el bien de todos y el suyo propio.

Nuestro sistema constitucional está pensado bajo las premisas y conceptos de los dos últimos siglos. Está articulado administrativamente desde la Corona hasta los municipios, y la defensa global del conjunto se hace desde la defensa de cada uno de sus componentes. Defender la Constitución de 1978 puede parecer una antigualla jurídica inservible para avanzar en el futuro, pero su pretendida voladura, que incluye la de la Monarquía, es olvidar el papel moderador e integrador que ha venido cumpliendo tras el adiós a la Dictadura. Ha cumplido con una función hoy por hoy indispensable: defender a España en su conjunto, con centralistas e independentistas dentro, con izquierdas y derechas, con monárquicos y republicanos. Lo otro lleva a la destrucción del sistema que se articuló con sus luces y sombras, sus influencias y carencias, sin que exista un recambio. Es querer salir del laberinto a fuerza de destruirlo desde dentro, a porrazos. Muy malo y perverso sería dejar que las decisiones que nos afecten a millones de personas se terminen dejando en manos de las máquinas que hemos construido, y que esas decisiones sean mejores y más sensatas que las de algunos seres humanos, los que mandan.

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