Gustavo Petro, ex guerrillero desde 1974 hasta 1990, al que cazaron con un video contando billetes en su despacho, probablemente relacionado con el escándalo de soborno de la multinacional brasileña Odebrecht, fue recibido con honores por las autoridades de España el pasado tres de mayo.
Precisamente días atrás había realizado un sonoro alegato contra los españoles que siglos atrás conquistaron América.
El largo aplauso de las bancadas socialistas y populares nos dan la medida de cómo a nuestros políticos les da igual la catadura del personaje. Que aplaudan los cachorros de ETA, los de Bildu, o los comunistas de Podemos, incluso los separatistas, pues no me extraña. Pero me da la impresión de que nuestra clase política ya solo obedece a ciertas organizaciones mundiales lideradas por oligarcas sin escrúpulos que nos marcan una agenda global.
Aplaudir a rabiar a quien ha sido miembro de una organización que secuestraba, asesinaba y volaba a niñas en Colombia parece poco ejemplar, por muy presidente que sea de un narcoestado como Colombia. Su fiscal general, Francisco Barbosa, acaba de anunciar que su familia saldrá del país tras el mensaje de Petro, quien desde los micrófonos de un medio afirmó que dicho fiscal dependía de él. Es similar a la situación de Pedro Sánchez, quien también ante las cámaras presumió que el Fiscal General del Estado depende del Gobierno.
Y claro, lo afirmaba un Petro que cuando fue alcalde de Bogotá repartió a diez mil pandilleros diez millones de pesos a cada uno. Con toda desfachatez compró el voto de la delincuencia y de sus familias, al estilo Pablo Escobar... Y así ganó las eleccioes. ¿Quo vadis, Colombia?
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