No voy a analizar la entrevista que Pepa Bueno le hizo al presidente Sánchez porque ya sabemos que estuvo pactada milimétricamente, dado el control que Moncloa tiene sobre los periodistas y comunicadores que ha situado en la TVE, cuyos generosos sueldos pagan los españoles.
Cuando me inicié en periodismo, comienzos de los setenta, pleno franquismo, los periodistas todavía aspirábamos a ser la mosca cojonera del poder. Y de alguna manera molestábamos sin que el correspondiente director del medio nos censurara ya que, hasta que llegó la democracia, esos últimos años gobernados por los herederos del Movimiento Nacional, veían con simpatía que los jóvenes cachorros de periodistas mostráramos cierta rebeldía.
Luego, con la llegada de la democracia y gobiernos de Adolfo Suárez el techo de libertad fue infinito. Teníamos acceso a documentos, a declaraciones sin sufrir a la patulea de intermediarios que ahora te impiden que puedas preguntar a un alto cargo lo que te interesa conocer de primera mano, no a través de su bien pagado gabinete de prensa.
Fue llegar Felipe González al poder tras el 28-O, que cientos de periodistas que se decían independientes, y que en las ruedas de prensa y tertulias eran los que realizaban las preguntas incómodas, que empezaron a domesticarse. Era más rentable ser palmero socialista que periodista incómodo al poder. Y, en general, salvo excepciones, los informadores, comunicadores y periodistas empezaron a ser amables con el poder socialista y agresivos con la oposición.
Ya han pasado muchos años, muchísimos, y para desgracia de la profesión periodística, ha ido a peor. El respetable, el lector, el que ve la tele, ya no ve al periodista como un héroe francotirador contra el poder. Lo ve como un propagandista defensor de la consigna que cada día recibe de la Moncloa, con el argumentario que todos repiten como loros. Sólo tienes opiniones discrepantes del poder en canales no oficiales, en YouTube y comentarios en redes sociales que el poder aún no controla. Y digo aún, porque los gobernantes, con vocación de auténticos dictadores, redactan leyes para tratar de regular hasta las opiniones. David Jiménez narra en su libro El director, la gran mentira de la libertad de prensa en esta España, dominada por un poder económico que paga para no ser vigilado.