Nuestros amigos, la joven profesora y el viejo marino, toman su café matinal y comparten sus impresiones del momento.
—La etapa que estamos viviendo es anacrónica, muy difusa e incomprensible —comenta nuestra joven profesora— En medio de una pandemia, en la que se espera lo mejor de nuestros políticos, asistimos a acciones torticeras, propaganda partidista y a una manipulación que excede todo lo admisible, por eso no apetece hablar de nada de lo que nos rodea.
—Querida amiga, —comenta nuestro marino—¿Qué ha cambiado para que estemos aquí sentados y al final hablando de los muertos, las vacunas, las oleadas del virus o de las deficiencias en la gestión sanitaria? Es verdad que la política actual, los movimientos que hacen los diferentes partidos, más parecen estar centrados es sus propias estrategias electorales que en trabajar para los ciudadanos. Una vez más, aflora carencia de calidad y la baja estofa de nuestros líderes políticos.
Nuestra amiga retoma su relato:
—En el fin de semana, escuchando la radio, me topé con un reportaje que me ha impactado y que me llevó a reflexionar y a pensar en los extraños mecanismos de nuestra sociedad y la propaganda política que sólo parece estar centrada en asuntos que interesan a unos pocos, cuando no son una mera excusa para dogmatizar y adoctrinar a bambarrias.
El cortometraje es obra de la periodista malagueña Cristina R. Orosa y la licenciada en comunicación audiovisual sevillana Beatriz Romero, corto que presentaron al Festival de cine de Madrid en el 2020, cuando Cristina se topó con la historia sencilla y dramática; la de Lola Lozano, una mujer de 76 años y su desesperación por el futuro de su hijo José María, con 39 años, que desde los 11 años es sordociego. No ve ni escucha nada; vive en un aislamiento extremo y en la incertidumbre de su futuro cuando le falte su madre, su único apoyo y compañía.
Lola se ha recorrido media España buscando una solución para que ese hijo pueda estar acomodado cuando ella no esté. Esta realidad, en una época de soflamas y eslóganes de integración, empoderamiento, igualdad y otros calificativos utilizados como arma política, no se escuchan. Mientras vemos en los medios de comunicación, y en la lectura del BOE una reata de subvenciones para chiringuitos de dudosa utilidad y que no resistirían un análisis desapasionado.
Mientras Lola y José María les ha acompañado el sufrimiento buena parte de sus vidas y con momentos en lo que han tocado fondo, pero han pugnado por salir adelante, aunque esta mujer no deja de pensar que «lo que queda, es lo que de verdad le aterra».
Esta realidad, tan poco conocida, aunque no haya un censo, ni estadísticas fiables, no es una excepción. Se estima por los datos estudiados que puede haber unas 200.000 personas en una situación parecida, y de esas, se evalúan unas 4.000 que, según un estudio europeo que realiza un mapeo para personas con determinadas deficiencias, podrían necesitar atención en centros residenciales.
El marino intervino:
—Este es un drama personal y humano, aunque nuestro país que cuenta con múltiples organismos de asistencia social en todas las autonomías, con innumerables ONG, a las que se les inyecta fondos para múltiples situaciones, por lo que hay que suponer que se trata de una situación controlada y protocolizada. ¡No somos un país tercermundista!
La mirada de la profesora se volvió dura, pétrea y continuó:
—Parece que no. En España, ante esa realidad, sólo existe un centro residencial para personas en situaciones similares, en Sevilla, con una capacidad de 17 plazas de residencia y 28 como centro de día. Esto es lo más dramático e incomprensible. Mientras gastamos cantidades ingentes en chiringuitos, mientras vendemos una supuesta empatía con los más débiles y se hace gala de ser integradores, estamos abandonando a su suerte a aquellas personas que parecen no ser importantes o que, como colectivo, no influyen en los resultados electorales.
Somos unos fariseos, estamos entretenidos dando titulares de prensa y vendiendo humo, puro marketing político. Mientras contamos con una burocracia excesiva, costosa y obsoleta, al servicio de unos políticos mediocres que carecen de una verdadera planificación, de un proyecto de país y que no suelen ver mucho más allá de sus narices.
Mientras estamos distraídos y manipulados. Nos ocultan realidades o, lo que sería peor, parece no importar estos dramas individuales. ¡Son pocos votos!
Después de escuchar en silencio y atentamente, con brillo en los ojos y una mueca de indignación, nuestro marino concluyó:
—Vivimos en un mundo daliniano. El surrealismo se ha apoderado de nuestros dirigentes políticos y parte de la sociedad. Propuestas, criterios sociales, manipulación y distorsión de la realidad se ha convertido en la moneda corriente.
Entretanto asistimos a un juego endiablado de adoctrinamiento y enfrentamiento social, apoyado en ideas totalmente extravagantes, que causarían pudor y vergüenza al personaje de aquella novela de John Kennedy Toole, «La conjura de los necios».
Después de las risas por la ocurrencia de nuestro marino, se miran y en sus rostros se refleja una sensación amarga e impotente.
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