Muchas son las interpretaciones de los resultados electorales y seguro que serán acertadas, por lo que poco se puede añadir, aunque como siempre hay matices que nos pueden llevar a la reflexión.
Estábamos con el café y la tostada, tranquilos y poco habladores, pero nuestra joven profesora inquirió:
—Queridos amigos, cuando el poder era hereditario, las intrigas, la violencia. el asesinato y las guerras se sucedían para alcanzarlo. Hoy esto está muerto, pero tenemos algunas versiones modernas del uso torticero del juego democrático. Si hacemos caso a algunos politólogos, para ellos, la política es un estado de ánimo, quizás ahí esté la clave del abuso que se hace de las emociones y los sentimientos.
La miramos extrañados, nos parecía un comentario alborotador, y siguió con su reflexión:
—Los expertos señalan que las emociones básicas en los humanos son el miedo, la rabia, la tristeza y la alegría; y en las campañas vemos como el uso del miedo está muy extendido. Se despiertan sensaciones negativas que conmueven al electorado, como son el enfado, el odio o la indignación que se capitalizan en votos.
Nuestro viejo marino comentó:
— El uso del miedo es un fenómeno que hemos visto en toda nuestra historia democrática reciente. Ese ha sido un recurso muy bien utilizado por la izquierda y con buenos resultados electorales, pero no es patrimonio suyo. El miedo, durante la Transición estuvo muy presente, tanto desde la nostalgia franquista a las fuerzas de la izquierda. Haciendo un recuerdo cronográfico tengo en mente la campaña que lanzó la CEOE, ante el temor de que el PSOE ganase las elecciones. Una manzana y un gusano fueron sus protagonistas.
Aquellos años había mucho miedo a lo desconocido y muchas incertidumbres ante unos escenarios que eran completamente nuevos. Coexistían las reminiscencias del pasado, con una joven y frágil democracia. Había que añadir el ardor dialéctico de los jóvenes dirigentes socialistas, con apariencia de revolucionarios totalitarios. Visto en perspectiva, eran miedos infundados porque había un elemento en la ecuación que era la Fundación Friedrich Ebert del Partido Socialdemócrata Alemán (PSD) que estaba prestando formación, entrenamiento, logística y financiación a la joven formación socialista —prácticamente inexistente en la dictadura—. La socialdemocracia alemana apoyaba una estrategia realista que contribuyese a que la transición política fuese pacífica, y de paso arrebatar el control de la izquierda a los comunistas.
Después de un breve silencio, nuestro viejo marino, hizo un guiño y continuó:
— De este error tomó buena nota la patronal y no se ha repetido, al menos de forma visible, aunque el saldo, para algunos sectores, no fue demasiado malo en los muchos años de gobierno socialista. No olvidemos que en esa etapa floreció la «beautiful people», en la que una serie de personas conectadas con el poder hicieron grandes negocios, fue la máxima expresión del «crony capitalism», es decir los negocios de amiguetes, en los que también estuvieron algunos dirigentes patronales.
Dio un giro y siguió comentando:
— Pero si nos centramos en las formaciones políticas tenemos innumerables ejemplos del uso del miedo para obtener réditos electorales. Uno de los clásicos ha sido el «asustaviejas». Este ha sido muy recurrente. Crear el miedo de que pueden acabar perdiendo sus pensiones si gobiernan la derecha. Otro clásico ha sido, en zonas rurales, que se perderían los subsidios al paro. También podemos recordar en las elecciones generales de 1996, cuando se pronosticaba la derrota del PSOE, después de catorce años de gobierno. Sacaron a pasear al dóberman cuyos ladridos pretendían asustar y meter el miedo ¡Que viene la derecha! Todavía me resuena aquella frase de: «Quieren engañarnos y ocultar la realidad». Todas ellas son ejemplos del uso del miedo.
Nuestra joven profesora intervino:
—Algunos expertos y politólogos nos dicen que el miedo es la fuerza que mueve a los hombres y les hace obedecer, pero esto no deja de ser una anomalía, es legal y da réditos, pero también es una trampa saducea y una forma de violentar los resultados electorales.
Tenemos muchos más ejemplos, como el uso de los SMS ante el estado de conmoción, después del atentado del 11M, en las elecciones generales del 2004, que provocó un vuelco electoral inesperado. Es cierto que la gestión de la crisis posiblemente no fuera, en los primeros momentos, la más adecuada, pero se utilizó para verter mentiras, sembrar dudas y apelar al miedo.
Pero nuestro marino no podía perder la ocasión de opinar sobre las más recientes elecciones:
—Ahora se ha manejado con mucha habilidad el miedo, el miedo a la extrema derecha. Esta ha sido la campaña «fake», que suena más suave, porque hemos introducido un anglicismo para blanquear y restar valor a lo que realmente ha sido, la «campaña de las mentiras». Es cierto que la irrupción de VOX abre muchas incógnitas y que algunos de sus postulados no son de recibo, pero de otros se han hecho una interpretación torticera y exagerada para conseguir el objetivo: introducir el miedo en la campaña.
Es imposible que las emociones básicas y los sentimientos estén fuera de las elecciones. Todas las estrategias electorales pretenden captar la atención y llegar a lo más hondo de los votantes, apelando a sus instintos primarios; pero la realidad, las necesidades, los retos o los problemas siguen estando presentes al día siguiente, y estos no se resuelven con miedos, ni con cantos de sirena.
Parecía que la joven profesora quería añadir alguna cosa:
—Alegar que queremos una sociedad madura suena a chiste. Aunque tampoco nos debemos sentir diferentes, ni pensar que vivimos en una joven democracia o que nuestro pueble está menos experimentado electoralmente. Este es un fenómeno universal. El uso del miedo estuvo, está y estará presente en las urnas.
Nuestro marino concluyó.
—Vaya, he navegado hasta el último confín, sin miedo a tormentas y vientos huracanados, y ahora empiezan a darme miedo las urnas.
Risas y la perplejidad de contemplar que en la aldea siempre se ven las cosas de forma muy particular.
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