Al fin tenemos gobierno, lo hemos conocido con cuentagotas y a nuestro viejo marino se le veía con ganas de hacer algunos comentarios:
—Fue divertido hace unas fechas, cuando en una cadena se entrevistaba a un joven que estaba claro pertenecía a un partido de derechas. Con su juventud, su ardor y sus convicciones en la entrevista abroncaba a los electores que habían votado a determinadas opciones políticas.
Nuestra joven profesora que en estos días anda algo mohína, le preguntó a nuestro marino:
—¿Tú apruebas ese comportamiento, aunque los electores voten por una opción diferente a la que tú has decidido?
Con una sonrisa el marino le contestó:
—Yo nunca voy a acusar nunca a nadie de haber votado algo distinto a lo que yo piense. No me permitiré ese lujo porque creo en la libertad, también en la libertad de equivocarse, aunque me moleste, y me molesta mucho más si el equivocado soy yo mismo. Aunque si quisiera señalar algunos aspectos, porque coincido con la cita del escritor italiano Alberto Moravia, cuando dijo aquello de: «Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado».
Nuestra joven profesora, asintiendo con la cabeza, comentó:
—Es cierto que en estas elecciones todo ha sido muy raro. Hasta el mismo día de las votaciones el PSOE sostuvo que formar un gobierno con Unidas Podemos le quitaría el sueño a él y al 95% de los españoles. Afirmó que nunca pactaría con separatistas y ha hecho el «pacto de la cárcel» con Esquerra, que a su vez habían llegado al acuerdo de votar juntamente con los filoetarras de Bildu. Los votantes del PSOE tienen derecho a sentirse defraudados y, seguramente, los que no tengan la venda de la afiliación se pueden sentir engañados.
Nuestro marino concluyó:
—Creo que estaría bien, siguiendo la cita de Moravia, decirles a los votantes que las mentiras, los discursos indignos de independentistas y la traición se ha cometido en el Parlamento, pero quienes los han llevado allí hemos sido nosotros con nuestro voto. No estaría mal, de cara al futuro, tomar nota de este hecho.
Parecería que éste era un tema terminado, pero la joven profesora añadió:
—Creo que lo que ha pasado merece otra reflexión y análisis. Estamos hablando continuamente de que nuestra sociedad ha cambiado, que esta generación es muy diferente a la que dio paso a la Transición y a la democracia. Que hoy el electorado es más plural, que han hecho aparición en el escenario político nuevos partidos que permiten que nuestro voto sea más plural y se aleje del bipartidismo.
—A pesar de todo eso —siguió la joven profesora— he llegado a la conclusión que esta es otra falacia más, otro engaño de los muchos que se dicen en política. Nos pueden vender todo el abanico que queramos, pero en estos días solo he oído hablar de bloques. De las derechas y de las izquierdas. Pienso que no se ha avanzado nada, y que seguimos anclados en estereotipos, con votos muy emocionales y alejados de la razón. La carga ideológica nos ciega para votar a unos opciones u otras.
Nuestro marino parecía estar de acuerdo y dijo:
—Creo que tienes razón, nos haría falta más pedagogía del voto y va siendo hora de que se acabe eso tan español de: «que tu quedes ciego, aunque yo me quede tuerto».
Siguió la joven profesora:
—Deberíamos perder el miedo a cambiar el sentido de nuestro voto si a aquellos a los que hemos votado nos defraudan. Alejarnos un poco del voto ideológico, empezar a hacer un análisis que nos ayude a dar paso a un voto más regenerador. En este siglo XXI, en el que se pretende crear una orientación universal de «progresismo» y de unos esquemas «políticamente correctos» universales, no estaría de más que abandonáramos demagogias doctrinarias y centrarnos en valores.
—Hablo de valores sencillos, pero que también debería ser universales, como no permitir las mentiras a los políticos. Las mentiras siempre han estado presentes a lo largo de la historia, pero la manipulación actual nos debería obligar a poner una línea roja antes eso. La mentira debería que estar castigada y abolida de la escena pública.
El marino la secundó:
—De paso no estaría de más preconizar que el incumplimiento de las leyes sea castigado, en votos y expulsando a esos políticos. Que ese falso progresismo busque la convergencia entre los pueblos y no como éstos que están preconizando las desigualdades y los privilegios de unos territorios sobe otros. Estos progresistas son supremacistas y mentirosos.
En eso que la joven profesora medió:
—Sería bueno que se abandonen los esquemas simplistas, torticeros y llenos de propaganda, pero que no son realistas. Dentro del marco constitucional es secundario que sistema político nos gobierna, todos tienen cosas mejores, regulares y peores. La clave está en no dar el poder a los mentirosos, a los deshonestos o a los corruptos. Necesitamos votar a políticos que tengan capacidad y sepan gestionar; políticos que mantengan como bandera la honradez, la generosidad y que busquen el bien común, con hechos, no con palabras.
En eso que nuestro marino le comenta.
—Querida amiga, despierta, creo que hemos tenido una pesadilla. Hemos pensado, por un momento, que todo podía ser diferente.
Ese es el problema de estar en la aldea, el mar nos confunde.
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