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(Foto: @KRLS)

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Por Jorge Molina Sanz
viernes 18 de octubre de 2019, 11:45h

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Lo de la sentencia y lo que está ocurriendo a raíz de esta aburre y preocupa, aunque podemos aventurar algunas reflexiones.

Nuestro viejo marino nos mira y espeta:

—Tengo una extraña sensación con la sentencia del Supremo a los delincuentes que proclamaron la independencia catalana, la justicia se ha pronunciado, aunque me deja un sabor muy agrio porque parece que, en esa búsqueda del consenso, estos jueces parecen haberse olvidado de sancionar todos los delitos que cometieron con un absoluto rigor y crudeza. Tengo la sensación de que el virus de los intereses políticos se ha inoculado en el tribunal y eso ha influido en el resultado de la sentencia. Me siento defraudado y echo en falta otra forma de actuar. No me gusta que, como sociedad, nos resignemos y asumamos que esta es la línea de actuación correcta.

Nuestra joven profesora apuntó:

—Es evidente que, desde lo público y en algunos sectores de lo privado, se ha impuesto un modelo por el que se acepta con resignación que las cosas tienen que ser de esa manera. Los paladines de ese estilo son, sin duda, los políticos, pero alcanza a altos funcionarios y a instituciones. Todo se politiza y todo se mira con unas lentes que han impuesto esos grupos, en lo que no sabes que es «ensoñación» o realidad.

La tradición de aquello tan manoseado, que unos atribuyen a Aristóteles, otros a Churchill, a Maquiavelo o Bismarck, de que la política es el «arte de lo posible» es el paradigma de esos comportamientos decimonónicos, pero que ya tendrían que pertenecer al pasado, porque esta forma de actuar abre la puerta a algo tan deleznable como es el «pasteleo» y cuando la categoría de los actores disminuye nos puede llevar a la máxima degradación; y nuestra clase política actual es el peor elenco de cómicos que podíamos tener.

Estamos en el siglo XXI, en una era global y en la que una imagen se extiende en décimas de segundo por todo el planeta, y cualquier información, aunque se intente ocultar, al final acaba viendo la luz. Por eso, nuestros políticos, nuestros altos funcionarios o nuestros jueces deben dejarse de monsergas y apuntarse al «espíritu de la veracidad», es decir, actuar no «ensoñando», ocultando o disimulando la verdad. Hacer de la transparencia un valor y no utilizarla como un mero instrumento de imagen de modernidad. Ser y exigir la integridad en todos los actos. Olvidarse de circunloquios y actuar con rigor. Empezar a sancionar y repudiar la mentira para que no salga gratis. Dejar de ser medrosos y actuar con valentía. La audacia debe empezar a ser un valor más en alza, porque no tiene que estar reñida con la prudencia y la discreción necesaria en determinados temas.

A los jueces habría que recordarles que la justicia es ciega y las sentencias no se deben ajustar en función de a quienes juzgan, y evocar el dicho latino: Fiat iustitia ut pereat mundus. A ellos nos le corresponde hacer política, a ellos les corresponde «hacer justicia, aunque perezca el mundo».

Nuestra joven profesora concluyó:

—Además debemos situar las cosas en su verdadero contexto, cosa bastante difícil si tenemos en cuenta la búsqueda constante de réditos electorales de nuestros políticos. Por eso son reprobables las críticas desde algunos partidos argumentando que la sentencia no ayuda a solucionar el problema catalán y que la derecha —más electoralismo— se ha equivocado judicializando el «problema político». Habría que decirles que esos comentarios están fuera de lugar y demuestran su incapacidad para ocupar ningún puesto de responsabilidad, parecen desconocer la separación de poderes y la estructura del Estado. No se ha judicializado un conflicto, se han juzgado delitos, se ha juzgado a delincuentes que han incumplido las leyes. ¿O es que estos políticos piensan que ellos están exentos del cumplimiento de las leyes?

A los jueces les corresponde juzgar delitos e imponer las penas que correspondan, según la gravedad de lo juzgado. A los jueces no les corresponde hacer política, ni sus sentencias deben ser «ensoñaciones», adivinaciones o políticas, como ha ocurrido en este caso.

En eso que nuestro marino exclamó:

—Tampoco tienen que preocuparse, para más inri, encargan a sus cómplices que administren sus penas. Estos delincuentes disfrutaran de todo tipo de licencias, privilegios en una cárcel con todo tipo de comodidades, tal como se construyó el narco Pablo Escobar. ¡Todo un ejercicio de ejemplaridad!

Nos quedaban muchos temas en el tintero, pero nos levantamos, caminamos por la playa y nos consolamos pensando que teníamos suerte de vivir en la aldea.

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