Escuchando las declaraciones de los políticos catalanes en el Supremo y sus intentos de presentarse como mártires de la libertad y la democracia, podemos acabar pensando que las ideas más irracionales son verdad.
Hoy parecía inquieta en su silla nuestra joven profesora y manifestó el esperpento de las declaraciones de los encausados en el proceso sobre la declaración de independencia catalana. Sus primeras palabras fueron:
— ¿Cómo se puede afirmar que su actuación era un acto democrático porque la democracia está por encima de las leyes y es el reflejo de la voluntad del pueblo? Es decir que, con votar se tiene la legitimidad. Por ese argumento podríamos validar la legitimidad del nazismo, porque los nazis llegaron al poder por las urnas.
Mi viejo marino —al ver su cara— temí que no se iba a quedar atrás en sus manifestaciones:
—Tienes razón, todo esto es una mamarrachada. ¿La legitimidad la da una votación, sin otras premisas? Entonces como nos gusta mucho la vecina del quinto, reunimos a nuestros amiguetes, lo sometemos a votación y aprobamos que vamos a cometer un acto vandálico. ¿La votación ha convertido una violación en algo legítimo? Eso sería, además de una violación, una aberración.
Esta mañana nuestra joven profesora estaba guerrillera y apostilló:
—Si, los que proclamaron la independencia y la república catalana son unos violadores. Violentaron la ley, usaron la fuerza y luego se han defiendo con que era un acto consentido. El que lo hayan hecho en manada, no solo no les exime, sino que acrecienta su cobardía y el hecho de que hayan votado, no los legitima. Además, pienso que no todo es legítimo, pero en este caso ni es legal ni legítimo.
Quise intervenir, para poner un poco de paz en esa deriva. Intente pedir que por un momento se pusiesen en la piel de ese sentir de un sector de la población, que cada vez va en aumento —aunque todavía no sea mayoritario— que desean ser independientes.
Mi viejo marino me miró con cara extrañada y me soltó:
—Por ese razonamiento si en nuestra comunidad de vecinos, un residencial con pretensiones autonomistas, se propusiese dejar de pagar al ayuntamiento las tasas para la recogida de basura, del suministro de agua o el impuesto de bienes inmuebles por considerar que son unos importes arbitrarios, injustos y abusivos —de lo cual, seguro que hay muchas personas que lo compartirían— por el hecho de someterlo a votación entre los vecinos y con unos resultados abrumadoramente mayoritarios —incluso aprobado por la totalidad de los propietarios— , como acto democrático y como votar no es delito, dejamos de pagar «legalmente» esas tasas e impuestos. La votación de una parte del todo no da la legitimidad. Votar algo que no es legal, no da la legitimidad. Lo único que se hace es agrandar el delito.
Las declaraciones disparatadas —no son de ahora—se han ido sucediendo desde hace muchos años, sin que se hayan contrapuesto otras voces, para poner en claro y desmontar todos los tópicos y conceptos equivocados, máxime cuando el fuste moral de estos «valientes independentistas» es bastante endeble. Se les ha permitido todo tipo de disparates —eran necesarios para aprobar leyes— con el razonamiento que era un «juego canicas», un juego de niños.
Los nacionalistas han visto que nunca ha habido una reacción a sus actos. Sus mentiras no han tenido respuesta. Todo les ha salido gratis. Por ello, pensar que podían dar otra vuelta más de tuerca, no iba a tener ningún efecto. Una baza más para seguir chantajeando al resto de los españoles. Hasta que —lamentablemente— el jefe del Estado hizo ver que nuestra Constitución es elástica, pero no un chicle, que la libertad que contempla es muy amplia, pero que no se puede destrozar el Estado.
Solo desde esa perspectiva se pueden entender algunas declaraciones de los encausados o manifestaciones como las de la desanchada y cobarde exconsejera Clara Ponsatí, fugada a Escocia, cuando dijo aquello de: «Íbamos de farol».
Cuando se juega al póker y se va de farol pueden pasar dos cosas: una que nadie se atreva a ir al envite, la otra que, si tus adversarios piensan que tienen una mejor baza, —el estado de derecho, la fortaleza de la legalidad, la Constitución…—, te obligan a enseñar tus cartas y pierdes, esa jugada no te sale gratis. Pierdes tu apuesta y debes pagar por ello. Los jugadores profesionales eso no lo perdonan. Ahora les tocaría pagar por rufianes, tramposos, fulleros, tahúres, embaucadores y farsantes.
Al escuchar esas manifestaciones melifluas y cobardes, esos vergonzosos mítines en sede judicial, en los que afirman que «sus ideas no pueden son ilícitas» piensas que pueden que tengan razón. Lo ilícito, lo que se juzga nos son sus ideas, sino el modo como las han materializado. Y llegado ese punto, incluso se podría plantear si todas las ideas, todos los pensamientos pueden ser aceptables y lícitos.
Nuestro viejo marino incidió:
—Olvídate, estamos ante unos cobardes, unos que han huido como ratas, otros ante el tribunal han hecho un mitin o manifestaciones de «no sabía lo que hacía» pero ninguno ha dado un paso adelante, asumir la responsabilidad de sus actos, declarar que proclamaron una insurrección y la independencia. Pero también tenemos unos regidores nacionales cobardes que no están dispuestos a desmontar todas esas patrañas, empezar a hacer pedagogía social, poner a nivel internacional la verdad, blanco sobre negro y que acabar con todo aquello que violente y vulnere la ley.
Hoy parece que ni el sol, ni el mar es suficiente para calmar los ánimos, pero posiblemente en ellos esté el amor a Cataluña.
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