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Los 902 y las trampas para elefantes
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Los 902 y las trampas para elefantes

Por Jorge Molina Sanz
sábado 28 de julio de 2018, 17:07h

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Cada día me apasionan más los momentos que paso con el viejo marino en mi aldea. En esas tertulias siempre tengo la oportunidad de conocer interesantes historias, contar con un punto de vista original y una perspectiva diferente.

Su talante es tranquilo, su hablar pausado, por eso me sorprendió verlo malhumorado y refunfuñón.

Nada más sentarme me espetó:

  • ¿Tú conoces una trampa más tonta y más grande que los 902? ¡Estoy harto de los 902!

Sin que me diese tiempo a comentarle que conocía unas cuantas, siguió relatando su historia.

Asegurado en Adeslas, tenía que pedir hora para una consulta médica en el centro Vithas, cuál fue su sorpresa al comprobar que ahora que tenía llamar a un teléfono 902.

Molesto, pero como tenía que resolver el asunto llamó, y aunque lo entretuvieron un rato pudo resolver el tema, mientras contaba los segundos para ver cuánto le costaba la llamada. En eso que gruñó:

  • Para ir al médico pago a la aseguradora, hasta ahí normal, pero no me lo parece para pedir hora al médico y encima pagar el parking del hospital cuando voy a la consulta.

Lo miré con cariño y comprensión pensando que esa era una práctica común en muchas empresas, incluso de algunos organismos públicos y aunque sea una pequeña cantidad lo que te cobran, en general porque otras hasta que te atienden pasan unos cuantos minutos, pero que crea una imagen negativa de esa institución y en algunos casos parece una trampa cuando sumas los minutos que te han retenido al teléfono.

Mi amigo seguía hablando:

  • Y encima desde que di de baja el teléfono fijo de casa, con el móvil me cuesta más.

Esbocé una sonrisa y en el momento que daba un sorbo al café aproveche para meter baza, y en un intento para tranquilizarle le comenté que tuviese un poco de paciencia, que el Tribunal Europeo de Justicia de Luxemburgo, en el 2017, declaró que era ilegal el uso de los números 902 y similares para atención a clientes.

Eso lo excitó más, y me replicó:

  • Se necesitan multas severas para esas empresas y organismos por esos abusos. Seguro que, si tuviesen que devolver el dinero cobrado y se le añadiese una responsabilidad a los listillos que habían tomado esa decisión, en el futuro serían más cautos y respetuosos con sus clientes.

Y añadió:

  • ¿No estás escuchando en las noticias de estos días que Ryanair contesta a través de un 902 las peticiones de información y reclamaciones para los afectados por la huelga? Estos listos con el problema hacen negocio a costa del maltrato a clientes.

Creo que mi amigo había entrado en bucle para despotricar de todo y por todo, por lo que no me atreví a decir en voz alta, para evitar mayor desmesura, que actualmente hacemos infinidad de pequeños trámites, de innumerables gestiones, que antes los hacían las empresas y los organismos públicos.

Se han introducido medios tecnológicos, que lejos de simplificar o de abaratar, nos han obligado a tener que hacernos nosotros mismos lo que antes hacían esas empresas u organismos con su personal e invertir nuestro tiempo sin compensación.

Nos han convertido en sus empleados o funcionarios, pero sin sueldo.

Los avances tecnológicos han sofisticado gestiones, pero no las han simplificado y la reducción de costes han sido para ellos, pero no se han repercutido a los clientes.

Sin contar que se ha pasado de golpe a la era digital, dejando huérfanos de una serie de servicios para personas de avanzada edad, que antes se los realizaban los empleados o funcionarios y que ahora se ven obligados a realizarlos telemática o mecánicamente, por lo que dejan de ser autosuficientes, y ahora necesitan del auxilio de terceras personas familiarizadas con las tecnologías.

Somos prisioneros en pequeñas trampas, en las que caben elefantes y en las que todos caemos porque se han convertido en imprescindibles para resolver nuestras gestiones, solucionar problemas o realizar trámites burocráticos.

Pensé que debía tranquilizarlo, y no sirvió para nada que le dijese que en internet podía encontrar unas cuantas aplicaciones gratuitas y páginas web que le podían ayudar a replicar esos 902, y por lo tanto podía llamar a un número normal sin tener que pagar un sobrecosto.

Nada parecía calmarle y cuando le hablé de eso vi como me miraba fijamente y me replicó:

  • Todas esas modernuras son demasiado sofisticadas para mí. Eso de bichear por las redes, por internet, buscar aplicaciones es para gente más joven. Yo sigo creyendo que la mejor forma de comunicarme es el código internacional de banderas de la marina.

Solté una carcajada y solo se me ocurrió decirle:

  • Kilo, Foxtrot, Whiskey… ¡Bienvenido al siglo XXI!
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