Me da en la nariz que Pedro Sánchez ha conseguido con su “ministro plenipotenciario” Pablo Iglesias calmar a los de la República Catalana, porque eso es lo que se creen que es, un estado independiente, los seguidores de ese nazi conocido por su diminutivo Quim, llamado Joaquín Torra.
Porque visto lo visto, el líder morado viaja a la capital de la república con aires de autoridad para allanarle el camino a esa entrevista que el presidente del gobierno de España mantendrá con su homónimo catalán el próximo 9 de julio en la sede de Presidencia, en la Moncloa.
Y es que el gobierno de Sánchez le está facilitando al podemita su carácter de autoridad. Es el propio ministro del Interior, Grande Marlasca, quien ordena a Instituciones Penitenciarias que le abran las puertas en Alcalá Meco y en Extremera para que el enviado del Presidente del Gobierno se entreviste con los presos políticos catalanes. Que, por cierto, siguen encerrados por empeño del cabezota juez del Supremo Pablo Llarena, que como todo el mundo sabe en Cataluña, lo hace de forma ilegal porque a unos políticos como Junqueras, Turull, Rull, etc., tan responsables, tan modositos, debían poder pasear libremente por las Ramblas. Si, esas Ramblas llenas de lacitos amarillos, en lugar de pudrirse a pan y agua en una cárcel española, que no catalana.
Pedro y Pablo están encantados. Pedro no puede hacer lo que Pablo porque se le revelarían sus votantes y quien sabe si alguno de su comité ejecutivo. Algún barón. El trabajo sucio, eso de ir negociando bajo manta lo que Pedro está dispuesto a ceder a la República Catalana, con la excusa de “normalizar” unas relaciones rotas tras el golpe de estado en octubre del pasado año. Mientras Pedro viaja a Europa, en el avión oficial de la Fuerza Aérea Española, Pablo recorre España en el Audi pseudo oficial para hablar con Torra, con Junqueras, con Trull. “Tranquilos que todo se va a arreglar. Las competencias de justicia serán traspasadas y un tribunal catalán, que no el Supremo, será quien tenga la última palabra, palabrita del niño Jesús, sobre si hubo golpe o mandato del Parlament”.
El 9 de julio, el presidente de la República será recibido en la escalinata de la Moncloa por un Pedro, como cuando saludó a Peroshenko, presidente de Ucrania. Pasarán a la salita de sillones de piel blanca para hacerse las fotos, con caritas sonrientes, y luego, fuera de periodistas, fuera de micrófonos -excepto los que tenga ocultos el CNI- hablarán cara a cara. De lo que de verdad está dispuesto a ceder Pedro. De lo que Torra quiere ya, para que sus bases, sus radicales, no le llamen traidor como cuando Puigdemond estuvo a punto de convocar elecciones en vez de declarar constituida la República el 27 de octubre del pasado año.