Si, gracias a Mariano Rajoy, gracias a José Luís Rodríguez Zapatero, gracias a José María Aznar, gracias a Felipe González, gracias al fallecido Adolfo Suárez que cedieron, que no cumplieron con su deber, no aplicaron la ley, a partir de hoy, 28 de setiembre del 2015, ha quedado claro que los catalanes están muy cerca de su independencia, aunque sea anticonstitucional.
Los hechos son tozudos. Durante varias generaciones en las escuelas, en los institutos, en la enseñanza, se ha adoctrinado como normal que Cataluña fuera un estado independiente de España. Ahora, ayer, votaron mayoritariamente, no nos engañemos, por romper con la Monarquía iniciando un camino fuera del Estado Español. Las amenazas de corralito, las advertencias de los empresarios anunciando malos tiempos si se votaba secesionismo no ha servido.
Y lo trágico es que esto ocurre precisamente bajo un gobierno del PP con mayoría absoluta y que, si no hubiera despreciado el desafío, quizá podía haber tomado medidas suficientes para frenar la embestida. Porque lo que ha quedado claro, clarísimo, es que cuando las ilegalidades las comenten los políticos, en este caso catalanes, la justicia no actúa.
No ha actuado desde hace más de treinta años mientras en esa autonomía se implantaba un régimen nazi y mafioso que controlaba medios de comunicación y voluntades. Estigmatizando a quienes no hacían la ola al separatismo institucional que se financiaba desde la propia Generalitat con dinero de los presupuestos generales del Estado.
A partir de ahora asistiremos a un sinfín de interpretaciones legales, pero con cientos de ayuntamientos celebrando plenos adhiriéndose a la declaración de independencia de la República Catalana. Y con un inquilino de la Moncloa balbuceando, echándose las manos a la cabeza, mirando al infinito como ido, sin tino y sin voluntad de reaccionar. Artur Mas y Junqueras han sabido elegir el momento y al enemigo. Y lo han vencido por goleada. Por supuesto.