Entre el 11 y el 12 de diciembre de 1992 se había celebrado en Edimburgo, la capital de Escocia, el Consejo de Europa sobre los fondos de cohesión que debían recibir cada uno de los países miembros para salir de la grave crisis que había estallado ese año. España se había gastado unos cuantos miles de millones de pesetas en conseguir el éxito de los Juegos Olímpicos de Barcelona y de la exposición Universal de Sevilla. Necesitaba ayudas de Europa para cuadrar las cuentas y la guerra política entre los dos grandes partidos se hizo notar desde el primer momento.
Felipe González regresó con unos cientos de miles de millones en ayudas debajo del brazo y José María Aznar no dudó en llamarle “pedigüeño” de cara a Europa y “nuevo rico” en el interior de España. Todo indicaba, en los inicios de 1993, que la presencia del PSOE en el poder se iba a terminar en el momento en que se convocaran elecciones. Se convocaron para el 6 de junio, con una innovación en la campaña electoral: el 24 de mayo, trece días antes de ir a las urnas, se celebró el primer debate televisivo de nuestra democracia.
Gonzalez y Aznar sentados en dos mesas en un cuerpo a cuerpo que debía consolidar al presidente del PP y debía hundir al por entonces presidente del Gobierno. El debate lo había estructurado, tras incontable reuniones con los asesores de imagen de los dos protagonistas, Jesús Hermída, y lo presentó Manuel Campo Vidal. Sucedió todo lo contrario de lo que se preveía. Ganó González y perdió Aznar. No tanto por los aciertos del socialista como por los errores de su oponente. Uno crucial, del que se encargo remarcar el astuto González: la palabra “pedigüeño” pronunciada por el presidente del PP cinco meses antes, y la falta de apoyo del PP al Gobierno en su batalla europea.
Es exactamente lo que ha hecho en este julio de 2020 Pablo Casado. Reconocer que el acuerdo conseguido y firmado en Bruselas es un buen acuerdo, pero que Pedro Sánchez lo ha hecho mal y que “nos han quitado” un tercio de lo previsto, lo cual es falso y fácil de comprobar: España tenía conseguidos 140.000 millones de los 750.000 que se habían establecido en la Europa de los 27 para la recuperación por la pandemia. De esos ciento cuarenta mil, 77.000 serían en forma de transferencias, es decir, no habría que devolverlos, y los otros 63.000 en forma de créditos.
Tras cuatro días de reuniones y con la dura posición de los países del norte encabezados por el primer ministro holandés, lo único que ha cambiado para nuestro país es que los 77.000 millones se han quedado en 72.500 millones, y que los 63.000 han subido a 67.500, una diferencia de cuatro mil quinientos millones que habrá que devolver. Nada de un tercio como señala de forma equivocada Casado. Otra cosa, que es por donde debía haber “atacado” el líder del PP son las condiciones que España tendrá que cumplir y el grado de vigilancia a que estará sometida por los órganos de control de la Unión Europea.
Si se lee con paciencia la resolución y el acta de la cumbre de este largo finde semana, se verá que la suma global del dinero pedido se mantiene y que las condiciones/consejos/controles lo que van a hacer es “ayudar” al Gobierno a cumplir y emplearlos en la reconstrucción “verde” y tecnológica de nuestro país. Puede que eso cause algún que otro malestar en el seno del Gobierno de coalición, y que algunos representantes ministeriales de Podemos quieran mantener decisiones y programa que están fuera del marco de las ayudas. Esa será otra cuestión que puede llevar a un cambio de caras en el Ejecutivo y a una remodelación del Consejo de ministros. Otra historia que el Casado imitador de Aznar puede que desaproveche, tan mal aconsejado, como lo estuvo su mentor hace 27 años.