Algunos apuntes para reflexionar sobre el empleo ante las nuevas elecciones.
Nuestra joven profesora esta mañana estaba preguntona y con ganas de plantear interrogantes.
—Nos acercamos a las elecciones, unas elecciones importantes en las que parece que todo está muy abierto, tengo dudas sobre el sentido de mi voto. Me debato entre mis convicciones, la rabia y el sentido práctico ¿Cuál es vuestra opinión ante esta maraña de promesas?
Nos reímos, nuestra segura e infalible amiga también tenía dudas.
Pienso que, salvo para dogmáticos y enajenados ideológicos —continuó—, vivimos un momento en el que se debe votar con la razón y no con los sentimientos, ni con los instintos primarios. Es fácil aferrarse a promesas electorales, es fácil votar a aquellos que propugnan idílicas mejoras cortoplacistas, pero no dejo de hacerme preguntas: ¿Aunque esas promesas me beneficien ahora, a largo plazo son realmente lo mejor para todos nosotros? ¿Es esa la herencia que queremos dejar? ¿Nos podemos endeudar e hipotecar indefinidamente? ¿Todo vale por conseguir un voto?
Nuestro viejo marino comentó:
—Todas las mejoras sociales siempre representan un avance, pero necesitan que sean sostenibles. En caso contrario en algún momento, se pueden truncar y las consecuencias pueden llegar a ser dramáticas, porque incluso se puede desembocar en la quiebra del sistema. Tenemos algunos antecedentes en países de la UE que se han sometido a sus ciudadanos a recortes brutales en sus pensiones, derechos de desempleo o ayudas. Eso me recuerda a esas familias arruinadas que pretenden vivir como si no pasase nada, hasta que todo se derrumba como un castillo de naipes. Esas trampas al solitario pueden traer consecuencias sobrecogedoras. En estos momentos hemos visto algunas medidas y muchas promesas que parecen estar remando en la dirección contraria. Ese no parece el rumbo razonable, puesto que se hacen sin valorar, ni cuantificar su costo e impacto. Todo esto tiene mucho predicamento y es difícil no dejarse contagiar por esas promesas, mientras esos partidos pescan votos en lo que ellos llaman la «mayoría cautelosa».
Nuestra profesora añadió:
—Además, en materia de empleo las medidas de fomento son inexistentes. Solo existen ayudas a los minusválidos, totalmente necesarias; a los casos de violencia de género, importante, aunque posiblemente se necesiten otro tipo de medidas; y para inmigrantes, que posiblemente sean muy necesarias, pero que para muchos será reforzar, una vez más, que estos tienen más ayudas que los nacionales. Puede que estas ayudas sean interesantes, aunque hay dos colectivos, realmente importantes, a los que se deberían ayudar; uno es a los jóvenes para que accedan al mercado laboral, y otro a los mayores de 50 años. Para esos colectivos no hay ningún incentivo para su contratación.
Encima para esos colectivos —siguió—, las medidas que se han tomado parecen ir en la dirección contraria. La subida del SMI es necesaria, pero no de un golpe y aunque hayan dicho lo contrario tiene un efecto boomerang, como ya se está viendo. Si se encarece el costo laboral de golpe, se debería haber compensado para que la contratación de jóvenes, de personas sin experiencia ni formación no fuese tan gravosa y asimilable para los empleadores. SE nos llena la boca hablando de empleo de calidad, pero eso solo es posible con conocimientos profesionales, especialización y experiencia. No se puede pedir a las pymes que lo hagan todo a estos costes porque es inviable. Eso pasará factura.
El otro colectivo —concluyó—, es el de las personas mayores de 50 años. Parece que nos hemos resignado a perder su experiencia y madurez, valores también necesarios en las empresas, para ellos no hay ayudas para su contratación. La paradoja e incongruencia es que se está aumentando la edad de jubilación y el periodo cotizado, pero al mismo tiempo se desincentiva a estos colectivos para que busquen empleo. Lo único que se les ocurre es reducir la edad, de 55 a 52 años, para cobrar el subsidio por desempleo hasta la jubilación. Estamos dispuestos a aparcar durante quince años a personas para que cobren un mísero subsidio, en lugar de ayudar a que puedan estar activos, que aporten su experiencia y al mismo tiempo a que contribuyan al, cada vez más insostenible, sistema de pensiones.
Sabíamos que nuestro marino no se iba a callar:
—Espero que todo eso a mí ya no me toque, pienso vivir muchos años y voy a intentar seguir viviendo del cuento hasta que revienten las costuras. Al fin y al cabo, todos somos humanos.
Nos reímos, nos encogimos de hombros y pensamos que todo esto será refutado y desdeñado por los sabios y buenistas próceres que nos hacen promesas y pretenden gobernarnos, pero no estaría de más que alguna vez se bajasen de sus podios para resolver estos temas.
Aunque que sabemos nosotros, si estamos aquí, en la aldea.