Apenas le habíamos dado un primer sorbo al café cuando mi viejo marino, siempre ojo avizor, me indicó algo alterado…
― Mira, mira, está llegando una patera.
Apenas habían pasado unos minutos, mientras la patera se acercaba lentamente a la playa, cuando aparecieron varios miembros de la Guardia Civil para recibirlos. Esta mañana asistíamos, en directo, a la llegada de inmigrantes, a apenas cien metros de distancia, mientras nosotros estábamos desayunando.
Aunque con el verano ya decaído, aún se puede gozar de un clima algo benigno, pero el frio y las condiciones en las que iban desembarcando esas personas no pudo menos que sobrecogernos.
En ese momento comentamos que no se puede ser insensible al sufrimiento que estábamos viendo, y que además tenemos un problema de difícil solución en que no valen soluciones drásticas ni un buenismo descontrolado.
Sabemos que los tráficos migratorios tienen muchos orígenes y que han existido en todas las épocas a lo largo de la historia. Pero los actuales se deberían especificar para tener una política de actuación para cada uno de ellos, porque no podemos ver ese fenómeno como algo rechazable, nosotros también hemos sido un país de emigrantes, pero tampoco podemos permitir un coladero indiscriminado.
La emigración española a países europeos fue una migración ordenada, generalmente les precedía un contrato de trabajo de campaña, como los obreros que iban a la vendimia francesa, cuando acababa volvían a sus casas, con su sufrimiento y con su dinero ahorrado: divisas que — gota a gota― contribuyeron a la economía de nuestro país.
Otros que se lanzaban a la aventura, generalmente atendiendo a la llamada de parientes o amigos, cuando llegaban a esos países se incorporaban a trabajar, con un comportamiento e integración impecables. Emigrantes que contribuyeron a enriquecer a ambos países, al que emigraban y al propio.
Aquella migración tiene solo algunos paralelismos a la que estamos viviendo. Ahí se mezclan muchas más cosas que lo hacen más complejo, no sirve pontificar desde el buenismo, ni llevar el debate a las redes sociales, ni creer que tiene una solución drástica.
Mi amigo remachó:
― ¡Los plumazos no sirven! ¡Nosotros en la barra del bar no lo solucionamos!
Si, es un tema complejo, pero no se puede mirar hacia otro lado, y no tomar mediadas por el temor a parecer una sociedad racista y xenófoba, y tampoco es de recibo cargar las culpas y demonizar a las personas que se juegan el pellejo buscando oportunidades para ellos y los suyos.
Hay que pensar en el medio y largo plazo, este es un tema de estado en el que hay que abandonar el tacticismo político, estamos ante un problema global. Hay que excluir la demagogia y los extremismos. No vale ni descalificar a los que pregonan una solución drástica ni quedarnos con el buenismo de que todo vale.
También hay que afrontar que detrás de eso hay muchas consecuencias, el ejemplo francés nos debe hacer reflexionar, viendo los excesos que se producen en determinadas zonas, cuando hablamos de segundas y terceras generaciones en las que se debería esperar una plena integración social y cultural.
Mi amigo, afirmando con la cabeza, me dijo:
― Hay que ser realista y ver un poco más allá. Aunque parezca egoísta. En ese análisis y en esas medidas, tiene que primar nuestros intereses como país y se debe actuar con firmeza, realismo e inteligencia para no hipotecar el futuro y que esa integración sea efectiva.
Además, en el tráfico migratorio, como siempre, en medio de la desgracia también hay muchos intereses, unos más confesables que otros, hasta supuestos bienhechores con oscuros intereses.
En eso que, sin pensarlo mucho, mi viejo marino me dice:
― Como el Sr. Soros que haría más, si su interés es ayudar, invirtiendo y creando programas de desarrollo en esos países que apareciendo como un medio de transporte coordinados con las mafias.
Le repliqué diciendo que sus afirmaciones eran graves y posiblemente sería necesario tener constancia y certeza.
― ¿Tener pruebas? Esas cosas no se hacen tan descaradamente. Aunque de repente nos llegan vídeos en los que vemos como la policía francesa traslada a migrantes en furgonetas sin identificar. Hay muchos movimientos, muchos intereses, unos más visibles que otros, pero están ahí.
Y sin mediar palabra concluyó:
― ¡Vaya, que unos vienen en patera y otros van en Rolls Royce!
Me dio miedo continuar con la conversación, aunque me quedo con la imagen de la mañana: personas depauperadas jugándose la vida por arriba a las costas europeas.
No se puede hacer política y demagogia, pero hay que afrontarlo con realismo, crudeza y rigor.
Me quedo preguntándome que se puede saber en la aldea, pero en mi retina el mar hoy se contempla de otra manera.