Los sentimientos van de la mano de la razón. El poeta camina por las ciudades y deja una huella de tinta en los pasos de cebra, en los hogares que habitó y en las cafeterías que visitó por casualidad.
(Zagajewski)
Son tiempos difíciles para todos, también para "nosotros", los emigrantes. De entrada, resulta curiosa esa distinción (nosotros y ellos, los nuestros y los extraños/extranjeros/emigrantes), pues todos somos emigrantes o herederos de inmigrantes. Es un goteo. No hay día en que un amigo, un conocido, un amigo de un conocido español no se mude a Alemania, Inglaterra, Noruega…, o donde sea, donde haya un rayo de luz. País de inmigración como no hubo otros en el mundo, España exporta población. Curioso, pero no único. ¡Miren Venezuela! También fue transformada por la inmigración. Ahora es todo un fugarse. Lo mismo Cuba, “invadida” por inmigrantes españoles en el siglo XIX. Hoy es una diáspora. De tierras de acogida y cobijo, de esperanza y oportunidad, estos países se han convertido en lugares ásperos e inhóspitos, cerrados al mundo y de cerril nacionalismo. ¿Será una coincidencia?
Mirando alrededor resulta evidente que el migrante español o el venezolano tiene poco en común con el peruano o el ecuatoriano. En la mayor parte de los casos no fue a Europa a buscar su América. No apuesta al ascenso social, no espera adaptándose a trabajos humildes ganarse un futuro digno en la nueva patria para la familia. El migrante español suele ser alguien que perdió la buena posición que tenía; o que todavía conserva su estatus pero no ve futuro para sus hijos; o que ya lo vio todo y sabe cómo termina. Son profesionales, técnicos, docentes, empresarios, personas formadas y capaces necesarias como el pan. Sin embargo, nada: más que desilusionados son derrotados; más que marginados, expulsados, exilados en una nueva tierra, separados de su casa. Casi siempre tienen remotas raíces inmigrantes y salen en avión de los países a los que sus antepasados llegaron en barco; países que mientras tanto se habían convertido en sus países. Como un cuerpo después de un trasplante, como órganos extraños, España los rechaza. Es como si “lo europeo ” hubiera aplastado a “lo americano” que tenían en sí mismos y cultivaban. Como “el alma eslava” que alimentó a los populistas rusos, “el alma telúrica” que anima a los populistas españoles “incapaz de asimilar sin violencia el contacto de lo viejo con lo nuevo, lo doméstico y lo foráneo”.
El triunfo populista mata la síntesis entre los dos mundos integración virtuosa de los inmigrantes españoles, revela así su lado oscuro: lo que en otros lugares toma la forma de conflictos étnicos se manifiesta aquí en el contraste entre imaginarios incompatibles, identidades inasimilables, cosmologías enemigas.
Pero las similitudes ocultan profundas diferencias. Los populistas eslavos que idealizaron al pueblo ruso, la comunidad campesina reunida como un organismo estático y homogéneo, eterno y armonioso en torno al pope ortodoxo, ahuyentaban la crónica tentación de emular al Occidente europeo, de seguirlo por el camino de la ilustración y la secularización. Los populistas españoles que invocan la identidad del “hombre americano” y la identidad “nacional y popular” son en su mayoría de origen europeo, frutos de la sociedad mestiza surgida a lo largo de los siglos en América. No tienen problemas con el futuro, sino con el pasado. Su americanismo es una construcción intelectual, la invención de una tradición. ¿Será para compensar los fracasos del desarrollo? ¿Los desastrosos experimentos políticos? ¿Un complejo de inferioridad? De ahí su fábrica de antinomias: la América espiritualista contra la Europa materialista, la solidaridad contra el egoísmo, la gratuidad contra el utilitarismo, la fe contra la razón, la naturaleza contra la cultura, el pueblo contra la oligarquía. Como si América fuera el reverso de Europa. Y Europa la odiada madrastra de quienes a pesar de todo cultivan sus dialectos perdidos, sus costumbres disueltas, horrorizados por lo que se ha vuelto desde que se fueron. Una Europa culpable porque fue corrompida por la prosperidad, contaminada por el consumo, y porque está huérfana de raíces.
El año 2020 fue el año en que vimos las historias en casa, porque fue el año en que casi todo lo hicimos en casa, quizás sin quererlo el sofá se convirtió en nuestro refugio. La pandemia de covid-19 obligó a que cambiáramos la manera de trabajar, de comer, de relacionarnos y también de evadirnos, de escaparnos. La pantalla del televisor, los periódicos, las revistas fue, para aquellos que pasaron por un confinamiento duro, la ventana a un mundo ajeno a la pandemia, un mundo donde las vidas excepcionales de otros nos hacían olvidar el temor cotidiano por lo que tocábamos o respirábamos, el aire se había convertido en una amenaza. Era la única manera de romper el confinamiento, de que la mente y los sentimientos se engancharan a algo que no estuviera contagiado por el virus, o por el miedo al virus. Es cierto que las salas de cine estuvieron más oscuras que nunca, pero a través de esa ventana con dispares paisajes que tenemos enchufada en casa, las historia de inmigrantes, siguieron iluminando nuestros ojos y alegrándonos el corazón. Sin duda, el 2020 fue el año en que la lectura entró por la ventana. Historias de emigrantes que jamás fueron contadas.
Con este serial mi idea es:
De la mano de un inmigrante español les invito a mirar a los inmigrantes como iguales y a valorar la fortaleza que se requiere para dejar una nación y comenzar desde cero. La crisis migratoria en el mundo, que ha golpeado con más fuerza en los últimos años a nuestro país -España- nos hace destacar, que toca no solo las dificultades que enfrentan los inmigrantes, sino también el rol que han tenido al momento de tener que dejar la patria y sus raíces como consecuencia de un conflicto social o bélico. Ya que soy capaz de ver, gracias a mi experiencia como migrante y carisma, que siempre hay alternativas viables en tiempos de adversidad. Pero es muy actual, ya que toca temas como las dificultades que nos enfrentamos los inmigrantes, cómo se nos asigna de antemano un lugar en la sociedad y la falta de interés de nuestros nuevos compatriotas en la riqueza de nuestra cultura. En mi rol de inmigrante, desde la otra vereda y con mucha ternura, intento dar una lección, ya que logra dejar atrás mi, carácter de “expatriado ” y lleva consigo nuestros talentos, constituyéndose gracias a nosotros un aporte para nuestro entorno y su nueva nación.