Por primera vez en 40 años el conflicto del Sáhara Occidental entra en vías de solución impulsado por Vladimir Putin, que se ha convertido en el interlocutor privilegiado entre Argelia y Marruecos tras la visita oficial de Mohamed VI a Moscú. El dirigente ruso ha convencido a Argelia para que presione al Frente Polisario y al rey de Marruecos a sentarse a negociar con el movimiento independentista saharaui.
La crisis entre Marruecos y Naciones Unidas por las inoportunas declaraciones del secretario general Ban Ki-moon y la fulminante respuesta del reino alauí, ha pasado a un segundo plano tras la inesperada decisión de Vladimir Putin de implicarse en la solución del conflicto del Sáhara Occidental.
El dirigente ruso ha asegurado a Mohamed VI durante su visita oficial a Moscú que Rusia apoya a Marruecos y Argelia en la solución del conflicto del Sáhara que dura ya 40 años, apuntan medios diplomáticos europeos con información de primera mano sobre las conversaciones en el Kremlin.
Putin se ha convertido en interlocutor privilegiado entre las partes en conflicto. Durante su reciente visita a Argel, el ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov adelantó a las autoridades argelinas el alcance del acuerdo estratégico del presidente Putin con el rey de Marruecos, adversario histórico de Argelia.
Argelia se encuentra en una encrucijada respecto al conflicto del Sáhara. Hace 40 años apoyó al Frente Polisario por dos razones: en primer lugar, para debilitar a Marruecos que había ocupado el Sahara español por las bravas (Marcha Verde). En segundo lugar, y no menos importante, porque un Sáhara Occidental independiente garantizaba a Argelia una salida al Atlántico a través de un Estado saharaui “tutelado” por el régimen argelino.
Conviene recordar que en 1976 y en pleno expansionismo soviético en el continente africano de la mano de Leonid Brézhnev, a la URSS, estrecha aliada de Argelia, le interesaba un estado prosoviético en la costa Atlántica frente a las Canarias. De esta manera Moscú obtenía facilidades navales y aéreasen el corazón del espacio atlántico de la OTAN junto a las rutas surcadas por los superpetroleros que procedentes del golfo Pérsico doblaban el cabo de Buena Esperanza camino de Europa.
La caída de la Unión Soviética hizo saltar por los aires este escenario geoestratégico y los refugiados saharauis en los campos argelinos del Tinduf, en número cada vez más menguante, llevan desde entonces una misera existencia en un conflicto enquistado.
Argelia tiene ahora otras preocupaciones estratégicas, como el terrorismo yihadista en sus fronteras, y el próximo relevo generacional de sus dirigentes políticos en el momento que fallezca el enfermo y anciano presidente Buteflika. En estas circunstancias, a Argel le pesa como una losa el apoyo al Frente Polisario: los miles de jóvenes saharauis retenidos en los campos de refugiados de han convertido en una “bomba de relojería” ante el peligro de que se pasen a las filas de Al Qaeda en el Magreb o del Estado Islámico.
Es este el escenario que Putin ha sabido captar con gran habilidad. De ahí que ofrezca a Argelia el apoyo diplomático necesario para que convenza al Frente Polisario de la necesidad de sentarse a negociar con Marruecos, al tiempo que firma un gran “acuerdo estratégico” con Mohamed VI. El Kremlin está, por primera vez, en condiciones de sentar a marroquíes, argelinos y polisarios en la misma mesa.
Las “viejas guardias” marroquíes y argelinas, que han vivido durante más de medio siglo del enfrentamiento entre ambos países, están perplejas ante el inesperado giro. Pero tendrán que ir atemperando sus posiciones si no quieren quedarse fuera del nuevo escenario.
Marruecos, con Rusia como aliada, tiene por vez primera garantías de que Argelia desactivará al Frente Polisario y le obligará a sentarse a negociar. Una de las primeras “señales” ha sido las declaraciones de Lavrov instando a que Rabat y el Polisario hablen directamente.
La condición impuesta por las tres partes -Marruecos, Argelia y Rusia- es que el Polisario renuncie a la independencia del Sáharay acepte la fórmula de la “autonomía avanzada” propuesta por Mohamed VI. Ésta consiste en el regreso de los refugiados del Tindufal territorio de la antigua colonia española con la garantía de que autogestionarán los recursos naturales (pesca y fosfatos).
Parece que todas las partes ganan. Marruecos consigue, después de 40 años, consolidar la marroquinidad del Sáhara Occidental que le permite a Mohamed VI cumplir con el mandato de su padre Hassan II, al tiempo que entierra el hacha de guerra con Argelia.
Argelia, por su parte, se quita un peso de encima para volcarse en sus fronteras más inestables por la ofensiva yihadista: Libia y Túnez, y entierra también el hacha de guerra con el reino alauí.
El Polisario, salva la cara, y entra en los libros de historia por haber conseguido que el pueblo saharaui regrese a su tierra con garantías de trabajo y progreso, lo que no ha tenido en los campos del Tinduf.
Y, finalmente, el kagebista Putin, consumado jugador del ajedrez geopolítico global, logra atraerse como aliados a los dos países más fuertes y ricos del Magreb, a caballo del Mediterráneo y el Atlántico, y con gigantescos recursos naturales (gas, fosfatos, petróleo, minerales raros, uranio).
Es decir, lo mismo que perseguía Brézhnev, pero ahora, por la vía mucho más pragmática de los intereses económicos y comerciales. Habrá que esperar al próximo movimiento de Estados Unidos en el tablero de ajedrez.