OPINIÓN

Por Afganistán, quítate el niqab

Alejandro A. Tagliavini | Viernes 20 de agosto de 2021
Imagínate que estás en el cine, las luces apagadas, estas sumergido en una peli de ciencia ficción, “1984” de George Orwell se queda corta y la “invasión de los marcianos” difundida falsamente por Orson Wells es un juego de niños.

El lavado de cerebro es fenomenal, no hay argumento racional ni evidencia empírica que los haga reflexionar a pesar de que se violan todas las leyes de la naturaleza, pierden el sentido común.

Les dices que con el niqab puesto solo consiguen empeorar la situación, que dejando de trabajar se van a empobrecer, que el amor -y, por tanto, la supervivencia humana- significa acercamiento y no distanciamiento, que la ley de la Shaira -no poder ir al teatro, ni a los gimnasios ni andar en transporte público “sin estar vacunado”- es inmoral y te contestan que son “medidas excepcionales”. ¿Dos años -y van por más- de medidas excepcionales?

Los zombis, con su cara escondida tras el niqab, te hablan de un virus que podría diezmar a la humanidad, el apocalipsis… a esta altura no descarto el apocalipsis, pero lo que sí sabemos es que, en todo caso, ocurrirá por culpa de los humanos, como Sodoma y Gomorra, nunca por acción de la infinita y sabia naturaleza creada por Dios para el desarrollo esplendoroso de la vida.

Este virus, el covid, lleva muertos, según estadísticas oficiales, unos cinco millones de personas en todo el mundo. Todos sabemos que las cifras oficiales están exageradas, en primer lugar, porque anotan como fallecidos por el virus a personas que tenían dolencias previas muy graves y, en segundo lugar, porque esconden mala praxis, como ha quedado demostrado, al no permitir en muchos casos las autopsias.

Pero, aun suponiendo que esta cifra fuera cierta, significa que este covid no ha matado en dos años ni al 0.07% de la humanidad. Es decir, como decían desde el principio los especialistas más serios, incluyendo mi médico personal, no existe ninguna pandemia ya que los fallecidos no llegan ni al 3% de todos los muertos, en cambio, deberían ocuparse del otro 97%. Dicen que el problema es que es muy contagioso, pero resulta que lo normal en toda temporada de gripe es que se contagie el 60% de la población y la enorme mayoría ni siquiera se entera.

Son cifras oficiales, no las pueden refutar, pero como los zombis no razonan responden -y repiten y repiten- con slogans que han escuchado en la TV. Dicen que las cifras son bajas precisamente por las medidas -antinaturales- que han tomado los gobiernos, cuando lo cierto es que estas medidas, por el contrario, han empeorado y mucho la situación. Por ejemplo, muchos ancianos han muerto, literalmente, de angustia al verse internados en un frío hospital “cerca de morir por un virus tremendo” y sin poder despedirse de su familia. El sistema estatal de salud los ha asesinado, literalmente.

Empecemos por el principio. Ya sabían los griegos, y lo escribió brillantemente Aristóteles, que la violencia es, precisamente, aquello que pretende desviar coactivamente el desarrollo natural, espontáneo, de la infinitamente sabia naturaleza. Y lo copiaron muchos como Tomás de Aquino al punto que Etienne Gislon asegura que, para el Aquinate, lo violento y lo natural se excluyen recíprocamente.

Es decir, la violencia solo puede destruir al punto que hasta en los casos de defensa propia y urgente, los métodos eficientes son los pacíficos: prevención, disuasión… dicho en clave metafísica, la ciencia que estudia el porqué del movimiento físico y síquico, como el mal no tiene existencia propia, sino que es, precisamente, ausencia de bien se lo combate creando bien allí donde no lo hay, donde está el mal.

Por cierto, esto implica un corolario de enorme importancia: o se cree en la libertad o se cree en la pandemia. Quien pregona “la pandemia”, pregona el totalitarismo. Es que, si bien desde el punto de vista puramente fáctico puede decirse que se puede creer en la libertad y, a la vez, en la pandemia en tanto se deje el combate en las manos de cada individuo y no en el Estado, lo cierto es que la creencia de que la pandemia existe -un virus capaz de poner en jaque el crecimiento de la naturaleza, por ende, del ser humano- es creer que no existe un orden espontáneo -como en el mercado natural- capaz de llevar de suyo al hombre hacia el bien.

Y, por tanto, al no existir tal orden espontáneo, los gobiernos “deben imponerse frente al caos”, deben cuidar a la sociedad que no va de suyo hacia el bien si no es “conducida” -coaccionada- por el Estado.

Por lo que vimos, es incoherente pretender combatir el mal con más mal, combatir la violencia con más violencia. Como caso sintomático tenemos la Segunda Guerra Mundial que asesinó al menos a sesenta millones de personas.

Si los aliados no hubieran intervenido -si no hubieran aplicado la violencia- nazis y soviéticos se habrían destruido mutuamente y no hubiéramos tenido que soportar la “guerra fría”, los Castro, los Chávez… pero en Occidente -que en el fondo, recelaba, envidiaba el poder de Hitler- subyacía un tufillo autoritario que fue el que indujo la intervención armada que sirvió para fortalecer al imperio soviético y mantener el halo hitleriano que hoy aflora con las cuarentenas, protocolos y demás fuertes restricciones a las libertades personales que han provocado -la violencia solo destruye- un incremento en la pobreza y marginación resultando en diez veces más muertos que por el covid.

Por cierto, los aliados jamás se preocuparon por el holocausto y cometieron graves crímenes de guerra como ha quedado demostrado.

Cuenta el historiador David Rieff, especialista en terrorismo, que en Europa los “jóvenes [inmigrantes y descendientes de inmigrantes] están muy enfadados y algunos son susceptibles de caer en las redes del Estado Islámico… Se sienten impotentes porque no tienen poder económico ni cultural. Su única arma es la brutalidad”. Europol señala que el extremismo islámico muchas veces recluta entre jóvenes no musulmanes, marginados.

En definitiva, los Estados occidentales crean el caldo de cultivo necesario para el terrorismo. Cuando el trabajo naturalmente sobre adunda -tantas viviendas, escuelas, etc., por hacer- crean desocupación imponiendo –vía el monopolio de la violencia- leyes laborales, como el salario mínimo que deja fuera del mercado “legal” a los que ganarían menos, y crean miseria con impuestos que son derivados hacía abajo por los empresarios, por ejemplo, aumentando precios.

El proceso de formación de terroristas diseñado por Occidente incluye, además, no solo el no difundir la libertad -la erradicación de la coacción en los países autoritarios- sino que, por el contrario, el respaldo a gobiernos árabes que son los principales sostenedores ideológicos y materiales del extremismo. En el fanático régimen de Arabia Saudita, guardián de los lugares santos de La Meca y Medina y, por ello, paradigma para los 1.300 millones de musulmanes, las mujeres son auténticas esclavas.

Para peor, los gobiernos occidentales han aterrorizado “advirtiendo” sobre supuestos ataques terroristas futuros para justificar la “guerra contra el terrorismo” que, además de coartar las libertades de los ciudadanos occidentales dados los controles y espionaje, ha aumentado el gasto estatal –ergo, los impuestos- alimentando la marginalidad y el odio.

Y así fue que la guerra de Afganistán no sirvió para nada como lo anticipó el congresista Ron Paul… o mejor dicho, sirvió para traficar armas: el Pentágono se vio forzado a admitir que los talibanes se han quedado con miles de millones de dólares en armas de EE.UU.

En lugar de la guerra contra el terrorismo deberían promover la libertad. Si realmente se pretende ayudar a las mujeres afganas, empiecen por tirar a la basura los niqab que hasta muchos hombres usan en occidente, dejen de inyectarse sustancias artificiales que, en el mejor de los casos, no sirven para nada si hasta el Finacial Times -que es muy “pro vacuna”- reconoce que “el país más vacunado del mundo, Israel, espera una muy preocupante cuarta ola”.

Y, en el peor de los casos, las vacunas provocan severos efectos secundarios incluida la muerte. Y, sobre todo, opónganse a la Shaira en occidente que prohíbe ir a bares, cines, y demás “sin estar vacunados”.

Y todo por una inexistente pandemia sostenida a partir del pánico que es el arma que utilizan los totalitarios para imponerse, de otro modo, no podrían existir porque de nada sirve el ejército más poderoso del mundo si nadie le teme, nunca podrían controlar a cientos de millones de personas. Por un solo ejemplo, al mismo tiempo que el presidente de Argentina imponía un confinamiento brutal, festejaba el cumpleaños de su esposa con muchos amigos, sin niqab, sin estar vacunados y todos abrazados mostrando claramente que no cree en la pandemia, de otro modo no correría semejante riesgo.

En fin, disfruten de la vida, de sus familias y amigos, vivan en paz con sus vecinos y promuevan las libertades, que no hay peligro inminente de ninguna especie.

*Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland, California

NOTA: relato de la Sra. Fabiana Babare, refiriéndose a su madre:

“Siento mucho asco, bronca y dolor. Meses sin una visita donde estaba internada, con traqueotomía, es decir sin poder emitir una palabra, sola y sintiéndose abandonada por su familia. Sin saber en qué forma la atendían ya que yo solo podía llevar y traer ropa para lavar hasta la puerta de la clínica. Así murió ella. Sola como un perro. No vi su cadáver. No vi la bolsa donde estaba metida porque ni la puerta de la ambulancia me permitieron abrir. Agradezco al sacerdote que desinteresadamente se ofreció en la calle a dar una bendición quien sabe a qué… porque ni vimos lo que había dentro del utilitario. Me da mucha angustia y dudo poder superarla.

Profesan de manera ejemplar el “Haz lo que yo digo y no lo que yo hago“. Hipócritas, cínicos y desamorados. Cuanta tristeza siento. No puedo lidiar con ella. Creo que jamás dejare de sentirla. Y al ver como se nos burlaban me da más impotencia… mi solidaridad con todos aquellos que vivieron situaciones similares a las que mis hijos y yo tuvimos que padecer. Son morbosos. No encuentro otro calificativo. Me duele el alma y me dolerá hasta mi último respiro”.

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