El marino muestra su enfado y comenta:
—Nos estamos volviendo idiotas, vivimos en una sociedad donde los menores de edad parecen tener todos los derechos y ninguna responsabilidad. Delinquir con menos de 18 años parece una «travesura» con el sentido de autoridad ha desaparecido entre explicaciones y sentimentalismo.
En los últimos años se han multiplicado las agresiones grupales, con casos de acoso escolar, hurtos o delitos sexuales cometidos por menores, aunque lo más grave es la impunidad, la interpretación y la respuesta social.
En el acoso escolar vemos los que minimizan, afirmando que «son cosas de niños», los titulares que rehúyen palabras incómodas o los educadores que prefieren no aplicar los protocolos por miedo a ser señalados como centros conflictivos, una mezcla de miedo, cobardía y complacencia que está favoreciendo la creación de una generación convencida de que, siendo menores, nada tiene consecuencias.
La profesora asiente y añade:
—Algo parecido se puede aplicar al aumento exponencial de delitos sexuales y violaciones grupales cometidas por menores, favorecidos por una ley del menor, concebida para la reinserción, pero que se ha convertido en un refugio de irresponsabilidad.
Un joven de 14 años, con madurez suficiente para agredir, violar o asesinar, se sabe intocable y como máximo cumplirá unas medidas educativas especiales en centros abiertos y saldrá sin antecedentes. Si la educación fracasa, la respuesta más educación; si reincide, más comprensión. La culpa siempre se reparte, nunca se asume. El mensaje que se transmite a la sociedad es demoledor: el delito tiene eximentes, la víctima se queda con su trauma, sin reparación y con el sentido de la autoridad extinto.
Lo más perverso de las políticas del PSOE, Sumar y Podemos es que tratan a esos jóvenes como niños para exonerarlos, pero les reconoce capacidad de decisión en cuestiones que requieren una madurez real. Pueden cambiar de sexo sin consentimiento paterno, pero no pueden responder penalmente de una agresión. Pueden acceder a redes y contenidos adultos desde los 12 años, pero son inimputables. Esa contradicción revela el desquiciamiento moral de un país y unos políticos que han confundido derechos con caprichos y el libertinaje sin límites.
El marino comenta:
—Hemos criado generaciones bajo la pedagogía de la excusa: «No lo hizo con mala intención», «son la influencias», «la familia es desestructurada», «la sociedad tiene la culpa». «son de otra cultura»…
Además de la ausencia de ejemplaridad se erosiona la noción de justicia, con padres que no educan, profesores que no corrigen y leyes laxas para que no actúen ni las fuerzas del orden o los jueces.
Las consecuencias son la impunidad, delincuencia reincidente y unos menores que se creen invulnerables y unos adultos culpables cuando intentan exigirles madurez.
Los políticos defensores de este sistema alegan que la dureza no resuelve los problemas y sí, es cierto, porque la severidad no erradica el delito, pero la indulgencia sistemática lo multiplica, porque la penalidad no es solo castigo, también es la disuasión y que saber que los actos tienen consecuencias. Tal como señala la vieja «ley de la causalidad» —toda acción tiene su consecuencia— , porque es el cimiento de cualquier orden social y cuando se rompe, todo se desmorona: familia, escuela, autoridad y hasta el respeto a la vida ajena.
Nuestra amiga reflexiona:
—No se trata de tener cárceles repletas ni castigos por venganza. Se trata de recordar que el bien y el mal no son relativos y que el que causa un daño debe responder por él. El delincuente menor no deja de ser un delincuente, con independencia de su edad y que sólo por conveniencia jurídica lo llamamos «menor», pero si tiene discernimiento para planear, ejecutar, grabar o difundir una agresión, tiene madurez para responder ante la ley. Fingir lo contrario es una forma de hipocresía colectiva y una perversión de los hechos.
A esta deriva contribuyen las corrientes «woke», alguna ideología política y el infantilismo social que se ha apoderado de la vida pública. Convertimos los problemas, los fracasos o las responsabilidades en un trauma emocional, una ofensa o en un drama psicológico, pero sin asumir las consecuencias.
Se legisla para evitar frustraciones, se censura para no herir sensibilidades, señalar a determinados grupos o etnias. Se pretende construir una sociedad aséptica, sin culpa ni castigo. Es la utopía del ciudadano perpetuamente menor de edad, tutelado por un Estado que lo sobreprotege y lo infantiliza.
Los resultados son delitos más graves, más precoces e impunes y con las víctimas olvidadas. Mientras los responsables políticos reaccionan con excusas, campañas, observatorios y comisiones para su estudio, pero en el fondo todo sigue intacto.
El marino, antes de levantarse, lo resumió sin florituras:
—Justificando lo injustificable o haciendo leyes simplistas, tendremos adultos inmaduros, irresponsables y peligrosos, con políticos que seguirán apoyando pamplinas, leyes simplistas y soltando excusas.
Jorge Molina Sanz
Agitador neuronal
jorge@consultech.es