La inflación ha dejado de ser un concepto abstracto para convertirse en una realidad diaria. Vas al supermercado y lo notas. Pagas la luz y lo sufres. En este contexto, muchas familias ven en los préstamos una herramienta rápida para cerrar el mes o enfrentar gastos inesperados. Pero aquí está el matiz: no es tanto una elección como una necesidad.
Según los últimos datos del Banco de España, la solicitud de créditos personales ha aumentado significativamente durante el primer trimestre del año. Y no se trata solo de financiar grandes compras, sino de mantener un estilo de vida que, hasta hace poco, era sostenible con el salario mensual.
Este fenómeno está especialmente presente en sectores más golpeados por la crisis energética y el encarecimiento de servicios básicos. A esto se suma la percepción de que conseguir un préstamo online es más fácil y rápido que nunca, gracias a las nuevas plataformas digitales de financiación. Puedes encontrar opciones sin apenas papeleo y con una respuesta casi inmediata, como las que muestra esta selección de préstamos personales.
Aquí viene la otra cara de la moneda. Si bien un préstamo puede aliviar una situación concreta, también puede convertirse en una carga difícil de gestionar si no se planifica bien. En épocas de bonanza, la deuda puede pasar desapercibida. Pero en momentos de inestabilidad, cada cuota mensual pesa un poco más.
El problema surge cuando el endeudamiento se vuelve constante. Ya no es uno, sino varios préstamos; no es solo para una emergencia, sino para pagar gastos habituales. Esta tendencia, según advierten varios expertos del sector financiero, puede tener un impacto directo en el consumo interno y en la capacidad de ahorro del ciudadano medio.
Y, claro, si los tipos de interés suben, como ha ocurrido tras las recientes decisiones del Banco Central Europeo, el coste de esos préstamos también se incrementa. Lo que parecía manejable se convierte en un nuevo frente de preocupación.
Hay algo que pocas veces se dice en las noticias económicas, pero que está ahí: pedir dinero también afecta a cómo nos sentimos. Para muchos, supone una carga emocional. Culpa, ansiedad, sensación de fracaso. Porque a pesar de que el préstamo es una herramienta financiera, la decisión de pedirlo nace de una situación personal, íntima.
Este aspecto emocional puede influir en nuestras decisiones. Algunas personas aceptan condiciones poco ventajosas solo por salir del paso. Otras caen en el error de pedir más de lo que necesitan. Y muchas ni siquiera leen la letra pequeña.
Por eso es fundamental informarse bien, comparar condiciones y pensar más allá del “ahora”.
Aunque suene repetido, la educación financiera sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes. Saber cómo funcionan los intereses, qué significa TAE, o cuándo un préstamo deja de ser una buena idea, debería formar parte de la cultura general. Pero no siempre es así.
Desde distintas organizaciones ya se están promoviendo campañas para mejorar este conocimiento básico entre la población. Porque al final, entender cómo se mueve el dinero es una forma de protegerse. Y en tiempos inciertos como los actuales, esa protección es más valiosa que nunca.
Además, la tecnología también puede ser una aliada. Existen herramientas digitales que permiten hacer simulaciones de préstamos, calcular cuánto se pagará en total y analizar la viabilidad de una deuda a futuro. Recursos que pueden marcar la diferencia entre una decisión financiera sólida y una mala elección.
El uso de préstamos personales en España está creciendo, y eso no es casualidad. Es una respuesta lógica a un contexto económico que exige soluciones rápidas. Pero que sea lógico no lo convierte automáticamente en bueno.
Antes de firmar nada, conviene parar, pensar y consultar fuentes fiables, que explican sin rodeos qué esperar y qué evitar. Porque vivir con crédito no tiene por qué ser un drama, pero sí debe ser una decisión consciente.