La EPA enfrenta una fuerte oposición científica tras la presentación de un comentario de 45 páginas por parte de los climatólogos Richard Lindzen y William Happer, quienes desafían las nuevas regulaciones sobre captura de carbono. Argumentan que las políticas climáticas se basan en "ciencia falsa" y critican el consenso histórico que data de 1988, sugiriendo que el aumento de CO2 podría beneficiar la producción agrícola en lugar de causar un calentamiento catastrófico. Los críticos sostienen que los hallazgos de la EPA dependen de modelos defectuosos y procesos impulsados por el consenso, ignorando datos contradictorios. La controversia destaca la necesidad de reexaminar las políticas climáticas actuales y su impacto en economías vulnerables.
Un grupo de dos científicos climáticos ha presentado un comentario de 45 páginas a la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos, oponiéndose a las nuevas regulaciones sobre captura de carbono. En su crítica, argumentan que las políticas climáticas se sustentan en lo que consideran “ciencia falsa”. Este análisis histórico también pone en evidencia los orígenes del alarmismo climático, remarcando cómo se han manipulado las temperaturas y silenciado voces disidentes desde la audiencia del Senado de 1988.
Los científicos Richard Lindzen, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), y William Happer, físico de Princeton, sostienen que el aumento del dióxido de carbono (CO?) no solo incrementa la producción alimentaria, sino que no representa una amenaza catastrófica en términos de calentamiento global. Sus afirmaciones resaltan un momento crítico en un debate que se ha prolongado durante décadas, especialmente a medida que la administración Biden intensifica las regulaciones ambientales.
En su documento, Lindzen y Happer cuestionan la base científica detrás de los subsidios y objetivos de emisión propuestos por la EPA, instando a un retorno a un enfoque más empírico y menos ideológico en el tratamiento del cambio climático.
La propuesta presentada por la EPA en mayo de 2023 exige que las plantas generadoras a base de carbón y gas capturen el 90% de sus emisiones de CO? para 2038 o cesen operaciones. Lindzen y Happer califican esta medida como un “error costoso”, argumentando que reducir los gases de efecto invernadero tiene un impacto climático mínimo y podría poner en riesgo la seguridad alimentaria global. En su trabajo más reciente, sostienen que el efecto del CO? ha sido exagerado debido a modelos defectuosos y consensos impulsados por agendas políticas.
“Eliminar los combustibles fósiles sería desastroso para los más pobres del mundo”, advirtió Lindzen. “En lugar de gravar el carbono, los responsables políticos deberían confiar en los mercados y en la física básica”.
Las regulaciones actuales de la EPA tienen sus raíces en las audiencias del Senado celebradas en 1988, un evento considerado ahora como manipulador. Dirigidas por los senadores Timothy Wirth y Al Gore, estas audiencias coincidieron con uno de los días más calurosos registrados en Washington D.C., una elección deliberada según el propio Wirth. “Abrimos las ventanas durante la noche para arruinar el aire acondicionado”, reveló Wirth, asegurando así que los asistentes estuvieran incómodos y receptivos al alarmismo climático.
Los críticos argumentan que este evento marcó un cambio hacia una ideología basada en el consenso en lugar del debate científico abierto. Voces disidentes como la del excientífico del NOAA Patrick Michaels fueron excluidas justo antes de su testimonio, lo cual fue criticado como un patrón persistente de “ciencia censurada” hasta hoy.
El núcleo de la crítica presentada por los escépticos se centra en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), creado poco después de las audiencias del Senado. Lindzen y Happer argumentan que sus métodos contradicen la rigurosidad científica necesaria. Lindzen, quien fue colaborador del IPCC, señaló que muchos autores principales ignoran las críticas recibidas durante las revisiones.
Añaden que revelaciones sobre financiamiento dirigido hacia el IPCC han profundizado la desconfianza hacia sus conclusiones. Happer sostiene que el proceso de revisión por pares dentro del IPCC se asemeja más a una lista de conclusiones aprobadas que a una verdadera discusión científica.
La afirmación central presentada por estos científicos —que el aumento del CO? es beneficioso— enfrenta una fuerte oposición. Su investigación sostiene que la sensibilidad climática a los gases de efecto invernadero ha sido exagerada significativamente. Argumentan además que el impacto del CO? disminuye logarítmicamente, lo cual implica que cada duplicación produce menos calentamiento adicional.
No obstante, opositores como James Hansen, cuyo testimonio ante el Senado sigue siendo fundamental para el alarmismo contemporáneo, defienden que ciertos bucles retroalimentadores podrían desencadenar un calentamiento descontrolado. La controversia gira en torno a cómo interpretar datos satelitales y registros históricos.
A medida que se evalúan posibles derogaciones a normas relacionadas con el clima bajo la administración Trump, Lindzen y Happer plantean importantes interrogantes sobre si aceptar décadas de ciencia climática como definitiva o abrirla nuevamente al escrutinio crítico. Ellos advierten sobre las implicaciones existenciales: políticas dirigidas al CO? podrían obstaculizar el crecimiento económico en naciones pobres mientras desvían recursos necesarios para necesidades humanas tangibles.
Finalmente, este debate resalta una cuestión crucial: ¿puede coexistir una “ciencia sólida” con mandatos políticos? Para muchos escépticos, las audiencias de 1988 son una lección cautelar sobre cómo las bases políticas pueden influir más en las decisiones científicas que la revisión por pares misma. Como concluyó Lindzen: “Si el mundo busca soluciones reales, necesita verdad—no titulares”.