En el pasado, las casas de apuestas eran físicas, con locales donde el sonido de los bolos del bingo o el zumbido de las tragaperras marcaban el ritmo. Hoy, el juego se ha adaptado a la inmediatez digital. Ya no hace falta desplazarse, ni siquiera socializar. Una aplicación en el teléfono permite apostar en directo, jugar al blackjack o girar una tragaperras virtual mientras se hace cola en el supermercado.
Lo más interesante es cómo esta transición se ha naturalizado. A principios de los 2000, hablar de apuestas era casi tabú. Hoy, no es raro ver campañas de marketing de grandes casas patrocinando equipos de fútbol o colándose en las pausas publicitarias con promesas de bonos y jackpots. El entretenimiento ha evolucionado hacia una forma mucho más personalizada, pero también más solitaria.
Uno de los giros más marcados es la pérdida de lo colectivo. El bingo o las quinielas eran excusas para reunirse, charlar, reírse. Hoy, el entretenimiento digital es más introspectivo. Se juega solo, muchas veces en silencio. ¿Se ha perdido algo en el camino? Tal vez. Pero también se ha ganado inmediatez, variedad y acceso.
Los casinos online se han convertido en parte del ecosistema de ocio para muchos adultos en España. Son rápidas, accesibles desde cualquier lugar y ofrecen miles de opciones. Desde apuestas deportivas en tiempo real hasta juegos de casino con dealers en vivo, la oferta es casi infinita. Pero esta abundancia también ha traído consigo nuevas preguntas.
Aquí es donde el debate se calienta. ¿Hasta qué punto este nuevo modelo de ocio es inofensivo? Las cifras hablan claro: tras la pandemia, el número de usuarios activos en plataformas de apuestas se disparó. Y con ello, también crecieron los casos de ludopatía, especialmente entre jóvenes. La delgada línea entre diversión y dependencia es más difusa cuando todo está al alcance de un clic.
Además, el entorno digital tiene una gran ventaja para el jugador, pero también un gran riesgo: la invisibilidad. Mientras que antes apostar era una actividad visible (entrabas a un local, usabas efectivo, estabas expuesto), ahora todo ocurre de forma privada. Eso dificulta el control social y familiar, y facilita el juego compulsivo.
Es indudable que el entretenimiento ha cambiado, pero eso no significa que el nuevo modelo sea inherentemente negativo. La clave está en el uso responsable, en la regulación firme y en una educación digital que prepare a los usuarios, especialmente a los más jóvenes, para entender los riesgos detrás de cada apuesta.
Mientras tanto, la tendencia sigue en marcha. El modelo híbrido entre juego, espectáculo y tecnología sigue ganando terreno. Twitch, YouTube y TikTok ya albergan canales donde influencers narran sus partidas en casinos digitales o explican cómo funcionan ciertos juegos de azar.