OPINIÓN

Del kaos al logos (XXXV): Ley de la conducción, o de los acumuladores de dolor

Lunes 09 de septiembre de 2019
Siguiendo con la misma línea anterior, debemos decir que la RAE define conducir: “Manejarse, portarse, comportarse, proceder de una u otra manera, bien o mal”. Por su parte nos dice que dolor: “Sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por acción interior o exterior”. De ahí surge la pregunta, ¿Qué fue lo que guio a la primera reacción química, y más aún, a la primera célula para que adoptara una línea de reacción u otra, y se condujese, evolucionando hasta la creación de lo que hoy somos? Solo una respuesta… El Dolor recibido. Este, o fue soportado, o le obligó a cambiar de dirección.

La conducta de cada parte se determina por la acumulación de dolor recibido. De ahí que también se la denomine con ese nombre. Esta Ley nos enseña y demuestra que son los acumuladores de dolor que recibe cada individuo o colectivo los que la determinan y, por lo tanto, dirigen su conducta; la instantánea, por el dolor que sienta en un momento preciso, y la general, que se realiza por medio de los dolores acumulados, es decir, determinado por su experiencia (cada uno siempre cuenta la feria como le ha ido). Ésta, no será más que el conjunto de dolores, adversidades, derrotas y contratiempos que recuerde la parte y que le sirven de guía para seguir el mejor de los caminos de futuro.

En el fondo, la cultura no es más que eso: el recuerdo de los problemas del pasado y el dolor que nos han producido. También, el recuerdo de los contratiempos para los que hemos encontrado fórmulas de resolución.

Se dan estos acumuladores de dolor y respuesta en los mismos vegetales. Ciertos árboles reaccionan con sistemas de expresión --que se están estudiando-- frente al fuego, frente a los consumidores de sus hojas, facilitando la labor a sus defensores…

Huelga explicar estos acumuladores de dolor en los animales, pero no sólo los físicos y los que reaccionan frente estímulos momentáneos. Las reacciones animales son un claro ejemplo: si un chico lanza una piedra al perro de su vecino, el perro, bastantes días después, le reconocerá y reaccionará frente a él de forma mucho más agresiva que contra el resto de los humanos.

En el caso específico del ser humano, quizás, una de sus características especiales frente a los demás animales, es su capacidad de abstracción y recuerdo emocional. Éste se produce a través de su mayor memoria, derivada de su mayor capacidad craneal, que le lleva a recordar más y mejor los dolores físicos pero, sobre todo, los psíquicos.

Es esta acumulación de los dolores emocionales lo que lleva al recuerdo, y con ello, a adecuar nuestra conducta colectiva e individual, a evitar ciertos comportamientos, temer a ciertos enemigos más que a otros, no consumir ciertos alimentos...

La reflexión sobre esos dolores acumulados nos lleva, más tarde, a construir escritos filosóficos o simplemente poéticos y literarios: por la pérdida de la estabilidad, ausencia de la familia, o de algún ser querido, o por cualquier otro motivo que nos haga penar.

Recordemos aquí que ya el filósofo griego Epicuro, (S. VI. AC), dijo que el hombre aprendía por el dolor. También debemos recordar al maestro Friedrich Nietzsche, cuando dijo: «Deberíamos estar orgullosos del dolor, el dolor es el recuerdo de nuestra condición elevada».

La cultura de un pueblo, todo lo que vincula y une a sus miembros como comunidad, con unas reacciones, emociones y sentimientos, quizás no sea más que unos acumuladores de dolor generales. La Biblia no es más que una historia de problemas, contratiempos, derrotas parciales y victorias de un pueblo. Es la transposición escrita, para el aprendizaje de quienes no vivieron esas experiencias, de los dolores sufridos y acumulados a lo largo de la Historia por esa comunidad determinada.

Son siempre los perdedores los que se modifican, y por lo tanto, los que se perfeccionan. El único mecanismo de cambio siempre es el dolor y la derrota, bien parcial o bien definitiva. Sólo llegarán a ser superiores y a triunfar los derrotados que lograron superar el exterminio.

Resumiendo, el dolor es el que perfila y regula los bordes exteriores de cualquier voluntad autónoma en la vida, en la naturaleza. Allí donde puede aguantar el dolor sigue avanzando; cuando el dolor es insoportable, retrocede. Esto provoca el avance de la voluntad que está compitiendo por ese espacio y a la que no venció el dolor. Allí donde el dolor vence a una voluntad ésta deja de avanzar y se para o retrocede; allí donde no sucede, sigue avanzando sin autocontrol. El control siempre es ajeno, lo realizan las demás partes que están en contraposición a nosotros con el dolor que nos infligen.

Pero el dolor nunca debe ser visto o analizado como algo contraproducente o «malo» para la parte, muy por el contrario, el dolor es el mecanismo de información que le facilita a la parte que lo sufre, el saber cómo y cuándo puede ser destruido. El dolor es el informador que facilita nuestra supervivencia, y más tarde el que nos lleva a la convivencia.

Sin dolor no habría convivencia. Hay convivencia porque nos provoca un dolor insoportable la falta de afecto y relación con nuestros semejantes.

Sobre el autor

Carlos González es escritor, sus libros publicados son Luz de Vela, El club del conocimiento, La Guerra de los Dioses, y de reciente aparición El Sistema, de editorial Elisa.

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