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Obama el sirio

Por J.M.MARTÍNEZ DE HARO
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jjmartinezharomil21es/14/14/20
sábado 19 de septiembre de 2015, 18:23h

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Una reportera húngara ha protagonizado la anécdota, que no la historia, de la mayor vileza contra un ser humano acosado. En la frontera húngara se han visto imágenes desoladoras de multitudes huyendo despavoridas. Policías armados golpeando a los sirios que escapan de una atroz guerra y de un fanatismo criminal que esclaviza a las poblaciones y que predica la guerra a muerte contra los infieles (nosotros).

El inmigrante que cayó a tierra con su hijo en los brazos se llama Obama, es sirio y la sociedad europea ha encontrado en Obama el símbolo de la tragedia. Visto desde el televisor de un hogar alemán, sueco, francés o español una nota de lejanía pone la distancia precisa para imaginar que es un problema ajeno.

Nada más falso. Es un problema nuestro, directamente nuestro por ser miembros de una civilización, de una cultura y de una sociedad vertebrada en las raíces judeo-cristianas que ha dado forma al derecho y a la democracia como sistemas de convivencia y gobernanza.

Y eso, justamente eso, no lo pueden entender ni tolerar los que torturan a Obama, a sus familiares en la ciudad de Oms (Siria), ni a los cientos de miles que huyen del horror. Estos criminales, cuyo odio se enlaza fanáticamente en una falsa concepción de la religión musulmana, nos han declarado la guerra por el solo hecho de ser occidentales, europeos, demócratas y tolerantes.

Y ese detalle parece que no ha sido bien explicado en sus términos precisos por los Gobiernos de la UE ni por sus organismos políticos. En ese buenismo blando y decadente, la palabra guerra no encaja. El lenguaje se torna elástico y se utilizan términos menores: conflicto, problema, o tantos otros que tratan de suavizar, de no alertar, de no asustar a la cómoda sociedad occidental instalada en el indoloro Estado del bienestar.

Y así nos asombramos y nos apenamos ante las imágenes de esos cientos de miles de musulmanes que tratan desesperadamente de romper las barreras alambradas en Serbia o en Hungría. Y criticamos las medidas de esos gobiernos, desbordados ante semejante avalancha.

El asunto queda a varios miles de kilómetros de España. Pero Obama, su tristeza y el llanto de su hijo han calado en el alma española de golpe. Y se han puesto en valor las mejores actitudes de generosidad, de comprensión y de hospitalidad.

El Colegio de Entrenadores de Fútbol Profesional se enteró de que Obama era entrenador de fútbol profesional en Siria Y tomó la decisión de traer a España a Obama y su familia, pagarle los cursos para que pueda homologar su título y trabajar como entrenador.

El Ayuntamiento de Getafe ha dispuesto un piso para alojarlo y los alquileres serán abonados por los entrenadores españoles. Para poner la guinda a esta historia, el Real Madrid les ha invitado al palco presidencial para que asistan al próximo encuentro en el Bernabéu y que el hijo de Obama pueda saludar a Ronaldo.

Todo aparenta una feliz historia donde Ayuntamientos, clubes y asociaciones de vecinos se han apresurado en una carrera de generosidad que recuerda a aquel programa lacrimógeno de la radio de los años sesenta “Ustedes son formidables”.

Magnífico el gesto de todos, sin reparo alguno. Pero esta bella historia no puede servir de telón para ocultar el verdadero drama. El drama que surge en nuestras fronteras y que no cesa sino que aumenta, y que una historia particular solo alivia las dormidas conciencias de millones de europeos que no quieren despertar a la realidad.

Desde enero de 2105 han llegado por mar y entrado en territorio de la UE 587.000 inmigrantes que pretenden la condición de refugiados políticos, de víctimas de la guerra y de la represión del régimen yihadista.

Se anuncia que esta invasión no cesará sino que aumentará hasta alcanzar la cifra de dos millones a finales de año. Más aún, las organizaciones humanitarias y la ONU cifran ya en seis millones de sirios los que han huido del país. Sin contar los refugiados iraquíes y afganos.

A todos ellos hemos de sumar los inmigrantes que entran por Italia y España procedentes del Magreb, de Libia y del África subsahariana. La cifra resultante es sencillamente espeluznante.

Si algo hay seguro es que ni uno solo de esos millones de inmigrantes quiere acudir al amparo de ningún país musulmán, africano o de Oriente Medio. Todos, sin excepción, quieren entrar en Europa buscando las ayudas, la generosidad, la hospitalidad y la tolerancia que son sellos de identidad del viejo continente como sociedad avanzada y humanitaria.

Y aquí es donde surgen algunas cuestiones que muy pocos intelectuales europeos son capaces de abordar. Lean amables lectores a Guy Sorman, a Giovanni Sartori, a Michael Huollebeck, a tantos periodistas valientes que ponen el dedo en la llaga de las interrogantes que habremos de enfrentarnos muy pronto.

La bella historia de Obama es pura anécdota en este escenario que parece destinado a cambiar Europa y su forma de vida en pocos años.
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