OPINIÓN

Del kaos al logos (XII): Nuestro profeta

Carlos González | Miércoles 13 de febrero de 2019
En todas las ocasiones en que se suscita una tertulia informal acerca de nuestras creencias, me encuentro habitualmente con varios interlocutores que al decirles que ni eres Cristiano ni marxista, o ni Liberal, te preguntan con cierto asombro… ¿Entonces, tú en qué crees?

Y como, una vez más, hemos de demostrar científicamente que el funcionamiento de cualquier grupo social siempre goza de las mismas premisas, en mi caso no es diferente. Por supuesto que tengo mis creencias –y muy arraigadas, las cuales indirectamente comparto siempre que escribo, con vosotros- y que también dispongo de un Líder máximo al que obedecer y seguir a pies juntillas. Voy a explicarlo lo mejor que pueda.

Como en artículos anteriores he hablado del Dios Conocimiento, y también he hablado de que pertenecemos a un grupo de religiones proféticas, algunos de los lectores me han preguntado… ¿Entonces nosotros tenemos algún profeta de ese nuevo Dios, y cómo se llama?

Por supuesto que lo tenemos, es muy antiguo, anterior a Jesucristo. Algo más joven, aunque casi contemporáneo de Buda y de Confucio. Su nombre es bien conocido, se llama Aristóteles de Estagira. Nació en la ciudad Macedonia de Pella, porque su padre era el médico del rey, Filipo, y luego este encargó a dicho Aristóteles que fuese el preceptor de su hijo, Alejandro. Este terminaría siendo el creador del mayor imperio de la antigüedad. El Discípulo murió en el año 323 AC y su maestro un año después, en el 322. Lo hizo en otra ciudad distinta a la de Atenas, en la que enseñaba en su famoso, Liceo, los mejores conocimientos del momento. Y halló su muerte en tierra extraña porque querían ajusticiarlo por ir contra los dioses imperantes, los politeístas helenos. Ya entonces no se soportaba que alguien hablara de fanatismos, dogmatismo y superstición, frente al Conocimiento real del mundo que habitamos. Las religiones aportaban mucha magia, y los que viven de ese mundo mágico a costa de los demás no soportan nunca que alguien hable de conocimiento y verdad. En fin.

La premisa única y básica de todo su pensamiento, el cual nos trasmitió y seguimos a rajatabla, está fundado en una regla exclusiva: “No inventes nada ni, por supuesto, te creas nada de lo inventado por otros. Observa el mundo que te rodea, y a ti, como parte intrínseca del mismo, y extrae las reglas por las que –y esto es importantísimo- antes de que tu vinieras la naturaleza lo ha construido todo. Y con esas mismas reglas te ha construido a ti. Luego lo único que puedes hacer es ser humilde y aprender cada día un poco más del mundo del que formas parte, y de seguir a aquellos que han aportado nuevos conocimientos a nuestra actuación”.

La segunda parte ya es a gusto del consumidor. Quiero decir que una vez que se saben esas reglas lo inteligente es seguirlas, porque además se descubre que si se cumplen todo sale mucho mejor. Luego lo pertinente es, una vez descubiertas las reglas, leyes, verdades de la naturaleza, lo que debemos humildemente hacer los seres humanos es cumplirlas lo mejor que podamos.

También nos enseñó que lo que debíamos hacer con ese conjunto de conocimientos que paso a paso los mejores seres humanos demostraran y aportaran, era reunirlos en libros al efecto. Acumularlos y relacionarlos unos con otros, de esta forma se enseñarían a los jóvenes alumnos y estos, ya partiendo de esos conocimientos ya demostrados, se afanarían por descubrir otros nuevos que a su vez serían acumulados a los existentes.

Tanto es así que desde aquellos tiempos comenzaron a aportar datos sobre Aritmética, Geometría, Biología o Zoología, Matemáticas, Física y Química, y no han dejado de crecer. Todo nuevo sabio partió de los anteriores, y aportó lo que pudo. A todos ellos les debemos mucho. Detrás de Aristóteles ya surgieron Cicerón, Séneca, Descartes, Newton, Servet, Darwin y tantos y tantos otros. No podemos olvidar a un tal Hipócrates, ni de Galeno, y menos aún a un tal, Galileo Galilei. En fin.

La realidad innegable es que desde la aparición de nuestro profeta se ha producido una guerra a muerte entre los inventores de cuentos y novelas, de películas, sueños supersticiones y magias, y aquellos que humildemente demuestran cómo es la naturaleza de la que estamos hechos. Hasta ahora los primeros siempre matan a los segundos. Los segundos siempre terminan ganando.

Ya ha pasado a la historia un viejo aforismo, no es mío… La Verdad es la Verdad, la diga Agamenón… O su porquero.

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