OPINIÓN

18 de diciembre: Día Internacional del Migrante

Un español en Alemania (73)

Jose Mateos Mariscal | Viernes 18 de diciembre de 2020
El fenómeno del fontanero polaco en Alemania ha mutado. Ahora se busca al fontanero español, mano de obra barata que emigra a un país de la llamada Europa rica en busca de tres cosas: calidad de vida, nula tasa de paro y, sobre todo, capacidad de progresar.

Ese sueño antiguo de la persona que entraba a trabajar como botones en el Banco Santander y podía acabar como presidente de la entidad hace décadas que se esfumó en nuestro país. En este siglo XXI el personal no cualificado –albañiles, electricistas, transportistas y cuidadores– no vemos ninguna opción de progresar en España y de pasar de mil, mil doscientos euros en el mejor de los casos.

El 18 de diciembre, las Naciones Unidas conmemoran el Día Internacional del Migrante para visibilizar a los 272 millones de personas en todo el mundo que vivimos fuera de nuestro lugar de origen. Es cuando ocupamos un espacio en los telediarios, cuando organizaciones no gubernamentales y otras entidades aprovechan para lanzar informes que arrojan datos y novedades sobre el fenómeno y quienes lo protagonizan. A veces se dice de una persona o grupo de personas que no tienen voz y el periodismo se utiliza como herramienta para dársela. Los migrantes sí tienen voz y no dejamos de alzarla. El problema es que no siempre se nos quiere escuchar. Porque no importamos, porque no integramos, porque nuestros intereses quedan lejos de los vuestros, los de los lectores... Y, cuando nos animamos a algún medio de comunicación, es generalmente para protagonizar alguna noticia mala como un naufragio con muertos en el Mediterráneo, por citar el tópico más típico.

Nuestra historia es de película. La familia Mateos Mariscal nació en Zamora capital. Allí vivíamos junto a nuestros familiares. Yo tenía una empresa de construcción metálica. La crisis que se vivía en el país nos empujó a buscar un futuro mejor. Fue así como lograromos subirnos a un avión que nos llevaría a un destino incierto. Nosotros, los Mateos Mariscal, somos un ejemplo del pasado y también del futuro.

Recuerdo que cuando era niño mi tio abuelo, un hombre que vino desde España a Alemania, me dijo: “Jose, no sabés que difícil es ponerse en la cabeza de un inmigrante”.

Ciertamente no comprendía lo que me decía. Me explicaba que la gente difícilmente entendía cuando les contaba que, expulsados por la Guerra Civil española se debían separar de sus seres queridos y ver un futuro truncado. Debían enfrentarse con sueños destruidos en un viaje en tren a lo desconocido. A la par, ver a sus padres despidiendo al hijo que, posiblemente, no verían nunca más en sus vidas.

Me emociono cada vez que recuerdo a mi tío abuelo, luchar por reconstruir un futuro, a partir de un pasado que ya no les pertenecía. Su voluntad, su entereza, sus ganas de empezar de nuevo mirando siempre para adelante. Un ejemplo, como fueron todos los inmigrantes de templanza, de no bajar los brazos frente a las dificultades, de seguir soñando por un mundo mejor.

Somos un ejemplo del pasado, pero también del futuro. Para aquellos que por mucho menos, frente a un obstáculo, todo lo abandonan. Para los que solamente sueñan dormidos, sin darse cuenta de que soñar despierto también nos mantiene vivos. Para aquellos que creen que el amor es un instante, en lugar de algo que se construye todos lo días.

Me causaba mucha gracia cuando en ocasiones decían: “Nos vamos a España”. Luego comprendí que irse a España significaba pasar el día en la Asociación de padres de familia y que había cerca de su casa en Alemania.

Para ellos, como para los miles de inmigrantes, sean italianos, españoles, judíos, ucranianos, polacos… iban a esos lugares para sentirse cerca del país donde habían nacido. Es como un cordón umbilical que nos une a nuestra tierra.

Ahí nos encontrábamos con nuestros paisanos, hablamos el mismo idioma, saboreábamos las mismas comidas, bailamos nuestra misma música. Algunos hasta se visten a la usanza de aquellas regiones españolas con trajes regionales.

Creo que cada 18 de diciembre habría que salir al balcón y aplaudir a aquellos que ya no están y a los que todavía, con su presencia, siguen luchando y tratando de hacer grande a este país, España, en el extranjero. Y aprovechar ese aplauso para agradecerles por habernos ayudado a construir una España en Alemania.

Por habernos dejado, además de una cultura del trabajo, paisanos en las artes, en la poesía, en las ciencias y en otras tantas disciplinas.

Me siento muy orgulloso de ser un inmigrante de esos descendientes que habitaron suelo alemán. Vaya para ellos, mi cariño, respeto y admiración.

Feliz día del migrante.

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