Nuestro marino, hoy se siente impregnado de sentimientos. Da un sorbo a su café y relee una carta, la de la madre de un amigo y comenta:
—Nos acercamos al fin del año, es el momento para mirar de soslayo y hacer un íntimo balance. Hemos vivido un año convulso políticamente, la polarización in crescendo, mucho ruido y un histriónico banal.
Por eso, en estos días, es oportuno invocar la «Tregua de Dios», recordando aquello de la Europa feudal, en los siglos X y XI por la que se prohibía, bajo pena de excomunión, la guerra y hostilidades en ciertos días y épocas consideradas como sagradas.
Por eso, en esta época convulsa, voluble y superficial; enternece comprobar que hay muchas personas con valores, sentimientos nobles y grandeza espiritual.
La carta de una madre a su hijo mayor —mi amigo, mi hermano—, me ha conmovido, me reconcilia con el ser humano, porque estas pequeñas cosas abren una ventana en medio del ruido, de la sinrazón y la deshumanización galopante. Los sentimientos de integridad, nobleza, amor y sabiduría que desparrama, son una profunda lección.
Carta a mi hijo. Manuela Reija Guedea
Madrid 17 Diciembre 2025
Querido hijo, no sé por dónde empezar para decirte lo que tú representas en mi vida y cómo valoro tu manera de ser, tus virtudes y, por qué no, tus defectos, que para mí son como anécdotas que establecen el equilibrio, que dan como resultado tu hombría de bien, tu personalidad y, en definitiva, ese ser maravilloso que eres para mí.
Eres el mayor de mis hijos y, además, porque así lo has decidido tú, quien mantienes la unión de tus hermanos para que el núcleo familiar que tu padre y yo creamos se mantenga firme, compacto. Hijo, eres generoso, lo entiendes todo, lo disculpas y, sin hacerte notar, mantienes una autoridad en tu familia que solo se advierte como cariño. Eso genera ese respeto que tus hijos te tienen.
Si quiero hablar de tu relación conmigo, solo puedo decir que siempre estás. Yo te espero todos los días, aunque sean unos minutos. Cuento contigo. Cuando no apareces, ¡cómo te echo de menos! Eres gran amigo de tus amigos y, por qué no decirlo, eres simpático, caes bien y creas ambiente allí donde te encuentras.
Sigue así, no te rindas, como has hecho siempre ante las contrariedades que la vida te ha presentado. Yo siempre confío en ti. Si se me presenta un problema, acudo siempre a tu generosidad, porque sé que no me fallas. La verdad es que no le fallas a nadie. Soy tu madre y es un orgullo que siento desde lo más profundo de mi corazón.
Después de la lectura, un silencio, nuestra amiga, respira y añade:
—Poco se puede añadir. Solo que vivimos un momento que, desafortunadamente, ya no se puede invocar la Tregua de Dios de la Edad Media, es más ni siquiera se puede invocar la conocida como Tregua de Navidad que, en 1914, primer año de la I Guerra Mundial, el día 24 de diciembre, soldados alemanes, británicos y franceses detuvieron las hostilidades de forma espontánea. Los soldados confraternizaron y compartieron.
Al año siguiente fue prohibida por los mandos, la demostración de que no hay nada nuevo. Solamente desear que, al menos, nos quede la etérea fragancia de seres bondadosos y superiores.
Nuestro marino concluye:
—Amén
Jorge Molina Sanz
Agitador neuronal
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