En esta ocasión el nombre propio tiene que ver con la música y especialmente con los sentimientos.
Porque en una noche fría del 17 de noviembre de 1999, 26 años atrás, caía abatido en un portal de una calle del centro de Madrid Enrique Urquijo.
Ese fatídico día se quebró como un juguete roto. Estaba solo o quizás con una mala compañía y a muchos se nos heló el corazón al enterarnos. A todos aquellos que admirábamos su música, la poesía de sus letras a veces amargas como la vida misma, impregnadas de soledad y amargura. Un chico triste autor de canciones tristes.
Canciones de amor pero especialmente de desamor, llenas de poesía, de pasión salidas de lo más profundo del ser humano, de esos terrenos que hoy apenas nos atrevemos a pisar. Caricias hechas canción, cataratas de emociones que te hacían SENTIR y al mismo tiempo vivir, cuando él estaba dejando de hacerlo.
Pero también nos dimos cuenta de que perdíamos a un compañero de viaje en esto del vivir de manera especial, a un amigo. Alguien que entendía lo que hemos sentido en numerosas ocasiones, que era capaz de transformarlo en letras, en canciones que te llegaban muy dentro.
Ahora la mayoría de los jóvenes no lo conocen, quizás sus canciones hoy suenen demasiado densa, complejas, melancólicas en un momento que se impone la música de usar y tirar. Puede que les atemorice porque activan sensaciones casi desaparecidas.
Enrique se nos fue, nos hemos quedado huérfanos del hermano músico pero nos queda su obra, ésa que te hace despertar en medio de un mundo oscuro con la pena de no poder escucharle nuevas historias surgidas de lo más profundo. Adiós, agur, adeu Enrique.
Aún nos acompañan en los viajes, o en las tardes de otoño como ésta y quizás lo sintamos cerca. Es probable que allí donde esté haya montado un grupo con otros ilustres como Antonio Vega o Antonio Flores, con aquellos creadores de una generación injustamente machacada por una cruel pandemia.
Nuestro amigo, nuestro compañero de viaje seguirá vivo mientas lo hagamos los que aún escuchamos y somos capaces de sentir su música. Nos seguirá acompañando en nuestros bajones, en los momentos de penumbra, pero también nos levantará el ánimo, haciéndonos un poco más felices al comprender que no somos los únicos.
Qué pena que se vaya la buena gente y se queden los canallas.
El mejor homenaje que te podemos dedicar ahora es escucharte, saborearte despacio como te gustaba a ti. Por eso suena en mi tocadiscos “Una tarde gris”.
Fdo.: José Luis Úriz Iglesias.
Villava-Atarrabia noviembre 2025