OPINIÓN

Ofensiva contra la democracia en Occidente

Javier Arias | Lunes 02 de diciembre de 2019
Hay un proyecto mundial, totalitario, bien financiado y bastante organizado que tiene como objetivo y amenaza a las democracias occidentales. La oleada de disturbios en Iberoamérica no tiene nada de casual y todos sus elementos están coordinados y muy bien financiados, en lo que parece una ofensiva en toda regla y extensión.

La victoria fraudulenta de Maduro (tan apoyado por Zapatero o Podemos) en Venezuela, en una pantomima de elecciones con pucherazo y represión sobre los disidentes y opositores, enlaza con el intento de Evo Morales, en Bolivia, para perpetuarse en el poder. Los disturbios para restituir al chavista Rafael Correa en Ecuador, los ataques desenfrenados para derribar a Macri (sustituido por el pelele de una imputada por corrupción, terrorismo y asesinato como Cristina de Kirchner) en Argentina y a Piñera en Chile conectan con la campaña mundial de falsificaciones y mentiras para derribar a Bolsonaro en Brasil (uno de sus principales objetivos) y a Iván Duque en Colombia. Mientras se silencian -o apoyan- dictaduras sangrientas como la de Cuba o la de Nicaragua, o a pensadores o periodistas que ponen en duda la versión de los grandes medios.

Financiado por grandes magnates que buscan construir unas sociedades desestructuradas, en las que sus individuos aislados, sin raíces, puedan ser controlados y manejados, hemos asistido al desembarco en las universidades y los medios de comunicación, desde hace más de 30 años, de ideas y grupos que buscan disolver la sociedad occidental. Atacar las naciones, fragmentándolas; la pareja y la familia, disolviéndolas; la democracia representativa desvirtuándola… son elementos esenciales de esta pelea, en la nos jugamos nuestro futuro.

Financiado también por el narcotráfico que participa y colabora de ese objetivo político y social, al mismo tiempo que atesora inmensas ganancias. Las FARC colombianas o los cárteles mejicanos celebran reuniones en Cuba y pagan la campaña de López Obrador en México, una de cuyas primeras medidas (cuidadosamente silenciada por la prensa progre) fue acabar con los dispositivos especiales de lucha contra el narcotráfico de sus antecesores.

El narcoterrorismo intentó colarse en el aparato estatal colombiano, mediante aquel “acuerdo de paz” que apoyaron todos los bienpensantes ( y los medios de los magnates) y rechazado por los colombianos que han sustituido a su muñidor por un Iván Duque, al que se pretende impedir gobernar en Bogotá.

Todos esos grupos “de izquierda” que apoyaron ese acuerdo (Obama y el Papa incluidos) son los que jalean los disturbios como “revoluciones” y a elementos neocomunistas como Bernie Sanders o Elizabeth Warren que pretenden subvertir el propio orden de la mayor metrópoli: EEUU y a Donald Trump, al que se ha ensuciado y calumniado hasta la saciedad, porque si logran eliminarlo habrán dado un paso de gigante en el dominio del mundo occidental.

Aumenta el control ideológico sobre las grandes masas, fundamentalmente a través de Internet y las TV, en las que no solo se alecciona siempre en el mismo sentido sino que se legisla para reducir a los discrepantes, con medidas de control sobre la supuesta desinformación (la que ellos no controlan) y las fake news (las que ponen en cuestión la verdad oficial).

Se organizan grandes campañas de pensamiento obligatoria y se oculta o distorsiona (“conspiranoicos”, negacionistas”...) a los que expresan ideas libres, haciéndoles objetivo del odio prefabricado por la ideología de género o la Stasi ecologista.

Pero el comunismo, en sus distintas versiones y ropajes, solo sabe hacer bien dos cosas: difundir miseria y envolverla en propaganda.

La realidad se impone y las poblaciones sometidas, o en trance de serlo, se rebelan instintivamente, por su propia supervivencia. El afianzamiento de Bolsonaro o la derrota de la izquierda neocomunista en Uruguay son dos ejemplos de que se puede resistir y vencerlos. También en Europa.


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