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En la peluquería… ¿Fachas?
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En la peluquería… ¿Fachas?

lunes 10 de diciembre de 2018, 10:43h

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Un artículo de Víctor M. Mengual Arrufat.

—Buenos días, Luis —le dije al buenazo peluquero de toda mi vida.

—Buenos días, señor Víctor.

—¿Has oído las manifestaciones de los intolerantes en Cádiz y toda España llamando fascistas a los que no piensan como ellos?

—Sí Luis, esto es un desastre y no sé cómo terminaremos. También he oído la paliza que le han pegado 15 radicales a un chaval por pretender soñar con la unidad de España. Aquel asesinato de un hombre por llevar de pulsera una bandera de España en Zaragoza por un separatista catalán. O aquellas chicas apaleadas en Barcelona por llevar banderas de España por otros catalanistas. Y tantos otros casos por radicales.

—Estos politiquillos se empeñan en abrir las heridas de la guerra. No quieren un país pacífico y en harmonía. Provocan la polarización de la sociedad. Así se aseguran los votos de sus radicales. Han llamado a las movilizaciones callejeras violentas contra la que ellos denominan, la “extrema derecha”. Utilizan esas expresiones insultantes sabiendo muy bien que las palabras no se las lleva el viento, calan en la sociedad y son como misiles explosivos, y, ellos, las utilizan para exaltar y reclutar al gentío sin criterio en grupos violentos.

—La mayoría de estos políticos no me merecen respeto. Son vividores sin oficio ni beneficio conocido fuera de la política. Esos gorrones que no han vivido la guerra, ni ha conocido a la dictadura, se atreven a llamar fascistas a quienes no piensan como ellos. Y que han montado su vida en vivir de la sociedad.

—Efectivamente, eso me recuerda a la fase más dura de la dictadura en la que si no opinabas afín a la autoridad franquista, te llamaban “comunista de extrema izquierda”. Hoy se repite la historia, pero ahora en plena “democracia”.

—Siéntate que te corte el pelo. ¿Como siempre? —me preguntó mecánicamente sin esperar mi respuesta, mientras hacía sonar profesionalmente el cric-cric de las tijeras en el aire cerca de mi oreja, antes de entrar al corte. Calló un par de minutos y mirándome a través del espejo, me dijo:

—No lo entiendo. Insultan como de extrema derecha a quien quiere que se reduzca el gasto en diputaciones, en políticos, en el senado, en las autonomías, en empresas estatales fantasmas en las que cobran todos y nadie va a trabajar. Llaman así al que quiere que se mantengan las fronteras y que no nos invadan los inmigrantes ilegales sin ningún tipo de control y poder controlar parte de la delincuencia callejera. Los llaman así a quienes no quieren que los gorrillas nos obliguen a pagar el impuesto revolucionario diciéndonos entre amenazas veladas “o no respondo por tu coche”. Los llaman así a quienes buscan justicia porque quieren evitar que una mujer con el mero hecho de manifestar que la han insultado o maltratado, venga la policía y sin pruebas, encierren en la cárcel al denunciado y tenga que ser el hombre acusado el que presente pruebas que demuestre que no ha hecho nada. Eso no es justicia. Yo me imagino a la vecina del cuarto que vive encima de mí. Monta unas juergas a las tantas y me he quejado en varias ocasiones y, que, por supuesto, no me ha hecho ningún caso. Como te digo, imagínate que, como me tiene manía y tiene mala leche, coincidimos en el ascensor y ella empieza a romperse la blusa y a chillar “me ha querido violar”. Me denuncia. Viene la policía y tienen la orden según les manda la Ley de Violencia que me encarcele y se me exige que yo demuestre que no he hecho nada. ¿Cómo lo demuestro? No, desde luego, a quien la haga que la pague pero el que no, que no lo pague.

Aquí, a la peluquería, viene un abogado de renombre que me dice que siempre que hay una separación, los abogados aconsejan a las mujeres que denuncien malos tratos y, de ese modo, la primera medida judicial es asignar a los niños a la denunciante. Yo pienso que eso no es justo y hay que cambiarlo, y quiero que no se me mal interprete, porque jamás he sido machista. Mi trayectoria lo demuestra.

Tampoco creo que sea de extrema derecha el querer modificar la ley electoral para que los partidos extremistas como Bildu, los nacionalistas vascos y catalanes y pretender que tengan una justa representación en diputados ajustada a sus votantes y no la actual que es desproporcionada a los votos que han recibido favoreciéndolos. Los votos deben de ser iguales y del mismo valor.

Tampoco creo que sea de extrema derecha el querer rebajar los sueldos de los diputados y el quitarles prebendas y aforamientos. Tampoco el querer que los delitos de los políticos se considere como una circunstancia agravante y que no prescriban porque si ellos hacen las leyes y se las adecuan a su gusto para que vayan prescribiendo. No es de extrema derecha el pretender que se les obligue a devolver lo robado, y el querer que cumplan los programas prometidos, y tantos y tantos etcéteras que me cansa el citarlos.

Calló el peluquero. Mientras yo observaba en el espejo al pacífico peluquero cómo arqueaba las cejas meditando con cara de desilusión, al momento, me dijo:

–Pues no es justo que me insulten llamándome fascista de extrema derecha por desear todas las peticiones de lógica aplastante que necesita España para volver a ser un país con trabajo y que ilusione a sus habitantes. No es justo que me llamen fascista estos politiquillos que se han encontrado una democracia contrastada porque gente como yo, los guerrilleros de los años setenta, nos expusimos mucho luchando contra la dictadura, defendiendo a la democracia y a nuestra bandera. Me llaman fascista estos politicuchos y toda la gente a quienes ellos manipulan, y que ninguno de todos ni conoció, ni sufrió la dictadura. Han nacido en una confortable democracia que le hemos construido entre todos aquellos gladiadores a los que se atgreven a lamrnos fascistas porque queremos y exijimos un cambio al sentirnos decepcionados porque el PP y del PSOE nos han desilusionado totalmente tras sus robos a manos llenas. Por lo que me siento obligado, no pedir, sino, a exigir un cambio en mi País. —calló de nuevo y con sentimiento me dijo:

—¡Esto se va a la mierda!, señor Víctor.

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