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Las verdades del porquero

Las verdades del porquero

Por Jorge Molina Sanz
jueves 20 de junio de 2019, 13:06h

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Pactos, pactos, y más pactos; acuerdos, acuerdos y más acuerdos. Estamos agotados de tantas noticias repetidas que ya nos resultan cansinas, pero muchos de esos acuerdos, de esos pactos entre partidos, además, no dejan de sorprendernos.

Nuestro amigo empezó con una pregunta:

—¿Qué os parece este baile de pactos, acuerdos de última hora y de alcaldes por sorpresa que hemos venido soportando todos estos día?

Nos miramos, nos sonreímos, apenas habíamos empezado el desayuno, pero nuestro amigo no dejó que le contestáramos, y siguió:

—Me tienen tan harto que cambio de emisora en la radio cada vez que empiezan con la misma cantinela, todo esto me fastidia y me ha parecido un espectáculo bochornoso, que le hace un flaco favor a los partidos, y es una prueba más de que no respetan a nuestras instituciones, sin obviar que todo esto deja la credibilidad del sistema por los suelos.

Metió baza nuestra joven profesora:

—La primera evidencia es que hay que cambiar este sistema electoral que está bastante agotado en algunos principios. Además, los que ahora preconizan la lista más votada, eran los mismos que en la legislatura anterior apoyaban los pactos. Aunque tanto unos, como otros han tenido en sus manos la oportunidad de cambiar la ley electoral y así evitarnos este bochornoso espectáculo.

—Esa es una evidencia —siguió nuestro viejo amigo—, aunque habría que hacer unas cuantas cosas más para recuperar el prestigio perdido de la clase política y de las instituciones. Ha llegado un punto que nos empezamos a parecer a aquellos italianos que dicen que «el país avanza mientras duermen los políticos», y de hecho estos son los mismos que nos obligaron durante la crisis a ajustarnos el cinturón, a sobrevivir al desempleo, al cierre de empresas o a los ajustes dramáticos de plantillas. En este tiempo, duro y complicado para muchas personas, nosotros, los mortales, hemos conseguido reducir el endeudamiento, tanto los ciudadanos como las empresas. Mientras contemplamos que estos «divinos» políticos, en el sector público, no han sido capaces de hacer absolutamente nada. El gasto público sigue creciendo, la deuda sigue aumentando, ya hasta límites peligrosos, mientras las políticas que nos presentan no van encaminadas al desarrollo y capitalización del país, sino al sostenimiento de esas estructuras de poder con un gasto creciendo. ¡Vaya herencia que vamos a dejar!

—Después de todo esto ¿nos podemos sorprender del desprestigio y hastío que nos producen los políticos? —continúo nuestro viejo marino—, lo que me cuesta creer es que este escepticismo, esta forma de ver las cosas no tenga más consecuencias en el futuro. Se me ocurren algunas preguntas ¿Por qué se ha llegado a este estado de cosas? ¿Por qué tenemos tantos recelos de todo aquello que provenga de los políticos? ¿Por qué nos sentimos tan estafados? ¿Por qué la nueva política ya nos parece tan rancia y embustera como la antigua?

Seguro que nuestra joven e imaginativa profesora, ante esas cuestiones, algo podía decir:

—Realmente son muchas las preguntas, y muy interesantes para analizar y responder; aunque seguro que no tienen una única respuesta, y en muchos casos no habría consenso en el veredicto. Lo que se percibe con claridad es que estamos viviendo un momento en el que no nos fiamos de lo que nos dicen los políticos y eso se ha extendido a muchos ámbitos como son la prensa, llegando a la ciencia o a lo académico.

Es interesante, a este respecto, escuchar a Julian Baggini, este inglés, doctor en Filosofía y fundador de la revista The Philosopher’s Magazine no se cansa de proclamar que «el mundo está dominado por intereses económicos, políticos de feria, fake news, cinismo indiscriminado, opacidad y realidad tóxica». Para Baggini, todo esto nos lleva a la conclusión de que «las fuentes no son fiables hoy en día; ni la política, ni la ciencia, ni la iglesia, ni la prensa. La gente solo se fía de su instinto y sus sentimientos, de ahí la preeminencia de las emociones en nuestros juicios».

—De todo esto, lo que parece evidente —siguió nuestra profesora—, es que se ha creado una sociedad en la que se cuestionan con demasiada frecuencia las manifestaciones que llegan desde determinados círculos, y de los políticos en particular. Nos hemos convertido en escépticos y cuestionamos todo lo que venga del poder, que pensamos que solo promueve lo que le interesa. Es cierto que cada vez es más difícil distinguir entre la verdad y aquello que nos están «vendiendo» de forma interesada.

Nuestro marino metió baza:

—El problema de que, con todo este juego político, con campañas diseñadas como si se vendiese un producto, se olvida la sinceridad, se retuerce la realidad y se menosprecia la verdad. De ahí a que se acabe en un estado de sospecha y cuestionamiento de la autoridad y de las instituciones hay un paso.

—Es lamentable que ocurra todo esto —medió nuestra profesora—, porque una sociedad así puede acabar en un «cinismo escéptico», pero nunca debemos olvidar que necesitamos moralmente la verdad y que «la verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero»

Mi viejo marino me replicó:

—¿Cómo que la «verdad del porquero»? No olvides que soy marino. ¡Serán «las verdades de barquero»!

Nos reímos, asentimos, pensé que tenía mucha razón, nuestra profesora se disculpó por haber traído la frase de Antonio Machado, de su obra Juan Mairena.

Entre risas remató:

— Ahora entiendo porque todo esto de los políticos me huele tan guarro.

Entre risas nos despedimos y me quedé pensando que los olores en la aldea también son diferentes.

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