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Inteligencia artificial y empleo
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Inteligencia artificial y empleo

Por Jorge Molina Sanz
jueves 28 de marzo de 2019, 21:45h

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En medio del rifirrafe político se echan de menos propuestas transformadoras y el compromiso real para encararlas.

Esta mañana encontré a mi viejo marino algo reflexivo, por las palabras que salieron de su boca:

—Esta precampaña está siendo muy movida, además de inédita y divertida. Incertidumbres —a pesar de las encuestas— de los resultados, con ascensos, descensos, votos útiles e inútiles con los que todos los días nos bombardean desde los medios de comunicación y declaraciones de políticos. Aunque lo que echo en falta son propuestas que enamoren y no me refiero a ese relato poético al que nos tienen tan acostumbrados, sino a una definición de país, a medidas de calado que estén dispuestos a tomar y cómo las van a encarar para alcanzar esos objetivos.

Mediamos para comentarle que ya, en estos momentos, empiezan a haber las primeras declaraciones sobre programas y propuestas de diferentes formaciones políticas, aunque nuestro marino no parecía conformarse con nuestras palabras.

—Si, pero esas son propuestas de baratillo, promesas que muchas veces se incumplen y, en otras, van dirigidas a contentar a ciertos sectores. Tienen un sesgo populista y que no aportan nuevas oportunidades, mientras que muchas de ellas lo único que conseguirían es aumentar nuestro déficit público, el cual tenemos ya en límites preocupantes. Vivimos en una casa que no gana —recaudación de impuestos— lo que se gasta, además se lo gasta en cosas que no van a reportar en el futuro ningún beneficio. Una familia que se endeuda hasta unos límites peligrosos. No veo propuestas que puedan contribuir a crear riqueza, solo espejismos para aumentar el gasto y la burocracia. Hablo de eso, de crear riqueza, un apoyo decidido desde lo público para reducir sus costes, adelgazar la burocracia, los gastos improductivos y favorecer la creación del empleo y oportunidades. Lamentablemente esa es una guerra perdida.

Nuestra joven profesora no iba a estar callada y tomó partido:

—Lo que planteas es complejo y transciende de nuestras fronteras, la vieja Europa está muy burocratizada, se nota cierto estancamiento y le falta dinamismo. El estado del bienestar ha sido un gran logro; ha conseguido mejorar calidad de vida, unido a prestaciones y derechos para todos sus habitantes y tenemos la responsabilidad de mantenerlos, pero al mismo tiempo nos hemos convertido en un elefante —lento y acomodaticio—, mientras que las organizaciones y la sociedad actual solo sobreviven y se defienden con efectividad si actúan como gacelas —ágiles, rápidas ante los cambios y aligeradas de pesos innecesarios—. Estamos atrapados en un sistema y conceptos propios del siglo pasado, y como muestra solo hay que ver la superestructura burocrática de los estamentos de la Unión Europea.

Mientras seguimos instalados en modelos clásicos, vemos el empuje de sociedades emergentes con más facilidad para adaptarse y adoptar nuevos hábitos y modelos de negocio que —aunque no gusten a todos los sectores— se van a acabar imponiendo por la fuerza de los hechos. La anticipación es la clave del éxito. Ahí está nuestra oportunidad, y al mismo tiempo nuestro reto de futuro. Las políticas económicas deben estar enfocadas para dar ese salto. No estamos en una época de cambios —aunque los veamos todos los días—, estamos en un cambio de época. Solo los que se preparen serán los que podrán afrontar con éxito el futuro, y esas políticas —y no decretos, reales decretos o leyes populistas— son las únicas que podrán garantizar nuestro estado del bienestar.

Parecía que nuestra joven profesora iba a seguir aportando opiniones.

—En estos momentos en Europa algunos países —en especial los nórdicos— se están preparando para el desafío que reporta la automatización, la robotización o la incorporación de la inteligencia artificial en multitud de procesos, mientras observamos que los países meridionales están más rezagados. En nuestro país todos los esfuerzos en ese sentido son fruto de la iniciativa privada, mientras que los esfuerzos públicos son escasos —salvo con la Agencia Tributaria que ha conseguido saber hasta cuantas veces bebemos agua todos los días—. El riesgo es volver a acabar en unos pocos años, otra vez, con una brecha norte-sur que ya habíamos ido reduciendo en las últimas décadas.

Asintiendo con la cabeza, nuestro viejo marino siguió:

—Tampoco deberíamos ponernos tremendistas. Es evidente que, en ese reto, nosotros tenemos una gran oportunidad. La automatización supone que muchas tareas repetitivas las van a acabar haciendo los ordenadores o los robots, pero en todo aquello que sea necesaria la creatividad no va a ser sustituida por esa automatización, y nosotros en eso tenemos una ventaja competitiva por nuestra idiosincrasia. Ahí podríamos ser líderes. Además, si bien contamos con una menor robotización que otros países, algunos de nuestro entorno, por ejemplo, Francia dan unos datos peores.

Paradójicamente, nuestro marino estaba conciliador, pero nuestra profesora no parecía quedarse conforme.

—Tampoco debemos ser complacientes, pues la paradoja es que los países más robotizados presentan unos índices de paro menores y unos mejores salarios. Mientras asistimos con que algunos países son muy proactivos, por ejemplo es el gobierno danés con un un ministerio de Futuro dedicado a analizar esos cambios y ayudar a los ciudadanos a afrontarlos y adaptarse, nosotros —si bien hemos publicado recientemente la «Estrategia Española de I+D+I en Inteligencia Artificial»— no contamos con un verdadero plan específico, con una actitud pasiva y un relato bastante abstracto reflejando lo que se podría hacer, pero que no detalla lo que se va a hacer.

Se abren nuevos retos de futuro para crear empleo y bienestar. Necesitamos una apuesta estratégica que contribuya a despejar temores, nos ayude y nos defina como país.

Llegado ese nuestro viejo marino concluyó:

—Mi querida profesora parece que quieres sofisticarme la vida. Espero que no me introduzcas ningún robot en este delicioso café dominical.

Reímos y pensamos que la vida en nuestra aldea parece transcurrir a otro ritmo.

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