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El plan oculto de Pablo Iglesias: acabar con el PSOE

martes 29 de diciembre de 2015, 23:50h

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Pablo Iglesias sigue un plan oculto para convertirse en el gran líder de la izquierda española. Su primer objetivo ha sido asociar Podemos a las plataformas nacionalistas más radicales con el argumento de que les devolverá la “soberanía” cuando llegue al poder. Tras su victoria en Cataluña, País Vasco, Galicia y Valencia, la siguiente fase es fagocitar al PSOE de Pedro Sánchez. En su fuero interno Iglesias nunca ha tenido la intención de acabar con el bipartidismo, porque su intención última es liderar a las fuerzas de izquierda para disputarle el poder a la derecha.

Durante la campaña electoral del 20-D el líder de Podemos ha defendido en cada comunidad autónoma, especialmente en las llamadas “históricas”, que cada nacionalismo será soberano en su región y él estará por encima de todos. De ahí que haya ganado en Cataluña, País Vasco, Galicia y Valencia, con las siglas locales.

En Cataluña ha salido ganadora la formación de Ada Colau, tras la que se esconde Podemos; en el País Vasco, Podemos-Ahal Dugu ha recibido los votos de Bildu-Batasuna; en Valencia, los de Compromís; y en Galicia, los de En Marea. La habilidad de Pablo Iglesias ha sido hacer creer que tras su persona los nacionalismos pueden coordinarse para vencer al Estado centralista.

En su fuero interno Iglesias ve a España poco menos que como Afganistán. Si bien en este caso, el Babrak Karmal español sería Mariano Rajoy, una marioneta en manos de la Troika y al servicio del Banco Central Europeo y de la todopoderosa Alemania de Angela Merkel. Babrak Karmal era el jefe del Partido comunista afgano, vasallo de la Unión Soviética; Mariano Rajoy es el jefe del “partido extranjero”, enfeudado al capitalismo internacional.

Siguiendo con el símil afgano, Pablo Iglesias se ve a sí mismo como el unificador de la resistencia, el padre de la patria, un nuevo Hamid Karzai capaz de establecer acuerdos con todos los señores de la guerra territoriales y tribales. Si Karzai soñaba desde sus oficinas parisinas de la petrolera norteamericana Unocal con llegar a reinar en Kabul; Iglesias lo hacía desde las aulas de la Universidad Complutense de Madrid. A ambos les movió el mismo objetivo: aspirar al título de caudillo consiguiendo el apoyo de los poderes locales.

Pablo Iglesias ni estuvo en el 15-M ni puede reivindicar su herencia. Cuando los jóvenes del movimiento de los indignados ocuparon la Puerta del Sol en Madrid y organizaron los debates sobre “el mal de España” y su remedio, Iglesias se limitaba a asesorar a Izquierda Unida. No tuvo nada que ver ni con “Democracia real, ya”, ni con “Juventud sin futuro”, ni con las acampadas.

Entre 2011 y 2014 Pablo Iglesias y su círculo estuvieron ausentes o fueron marginales en el movimiento popular que sacudió España.

Sin embargo, hay que reconocer su visión de futuro al pensar que todos los movimientos que se extendían por la geografía española, surgidos de lo más profundo de la sociedad martirizada por la crisis y el mal gobierno, necesitaban ser coordinados.

Era necesario un partido, grupo o movimiento político capaz de aglutinar lo que estaba disperso. De ahí surgió la iniciativa de crear Podemos en 2014, un nuevo partido articulado en torno a la minoritaria Izquierda Anticapitalista, para que estuviera por encima de la movilización sectorial y local.

Vio la luz en enero de ese año, y acto seguido se propuso atraer bajo sus siglas a Izquierda Unida y a otros movimientos como la catalana Candidatura de Unidad Popular (CUP), la red ciudadana Partido X, la gallega Anova, las Mareas ciudadanas, o el Sindicato Andaluz de Trabajadores. En pocas semanas el nuevo partido de Iglesias consiguió dotarse de una estructura al incorporar buena parte de los “aparatos políticos” de las formaciones que pretendía aglutinar.

Sin embargo, le faltaba el imprescindible apoyo de masas. Fenómeno que comienza a producirse tras las Marchas de la Dignidad del 22 de marzo de 2014, que movilizan dos millones de personas en toda España. No las organizó Podemos, pero tuvo la habilidad de apoyarse en el movimiento de masas para presentarse a las elecciones europeas de Mayo de 2014, donde obtuvo 5 diputados.

Curiosamente, de los padres fundadores del partido Podemos, los firmantes del Manifiesto “Mover ficha: convertir la indignación en cambio político”, la mayoría se quedaron en el camino, apartados, dados de baja por disidencia o marginados en tareas burocráticas de partido.

Fueron los casos del actor Alberto San Juan, los profesores universitarios Jaime Pastor y Juan Carlos Monedero, el filósofo Santiago Alba Rico, el sindicalista Cándido González Carnero o la economista Bibiana Medialdea. Y no es casualidad de que entre los 30 firmantes del Manifiesto, no estuviera Pablo Iglesias.

Salido de la sombra y con objetivos claros, Iglesias deja que las figuras más populares y con tirón entre la juventud le allanen el camino al poder. Deja que Xulio Ferreiro del movimiento En Marea, gane la alcaldía de A Coruña; que Ada Colau, de Barcelona En Comú, se haga con la de Barcelona; que Manuela Carmena, con Ahora Madrid, sea el primer edil de la capital del Estado; o que Joan Ribó, de Compromís, se alce con la alcaldía de Valencia.

En el País Vasco, sin embargo, la operación no le sale como esperaba porque Roberto Iriarte que encabeza el movimiento Ahal Dugu heredero éste del 15-M, se opone a que el clan que rodea a Iglesias cambie la lista de candidatos para las elecciones en Vizcaya. Pablo Iglesias y su cerebro en la sombra Íñigo Errejón se imponen de todas maneras, y el histórico Roberto Iriarte abandona el escenario y dimite.

Iglesias sabe mantener cercanas a las grandes figuras que tienen tirón popular, pero también sabe apartarse de quien pueda hacerle sombra, como el exjefe de Estado Mayor de la Defensa Julio Rodríguez, a quien puso como número dos de la lista por Zaragoza, a sabiendas de que no iba a salir a menos que Podemos arrastrase al aragonismo que al final optó por votar PP y PSOE. Probablemente, Iglesias no se fiaba de la “conversión” populista del general Rodríguez.

Pablo Iglesias nunca ha pretendido superar el bipartidismo en España. Ha criticado severamente la “casta”, la corrupción, la usurpación del voto popular por camarillas y aparatos burocráticos, pero nunca quiso enterrar el bipartidismo en el baúl de los recuerdos.

De hecho, su objetivo era convertirse en el otro polo del binomio: él frente a Rajoy o a cualquiera que fuese el candidato de la derecha. Iglesias quería simplemente fagocitar al PSOE y ser el nuevo “líder de la izquierda”, una vez neutralizada la formación Izquierda Unida de la que procedía.

Pero también ahí los cálculos no le salieron como esperaba y surgió el movimiento Ciudadanos, que sí rompió el bipartidismo. El resultado final tras el 20-D es un cuatripartito en el que las cuatro formaciones más votadas se reparten la práctica totalidad de los escaños del Congreso de los Diputados.

Un escenario que ni manejaba el líder de Podemos ni le conviene para sus propósitos. A pesar de que en medios políticos se baraja la posibilidad de una alianza PSOE-Podemos que incluya a los nacionalistas, Iglesias no lo aceptará porque no está dispuesto a quedar en segundo plano en una coalición. Lo contrario sería renunciar a la minuciosa estrategia que le ha llevado donde está.

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