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Del kaos al logos (VII): Humanidad adulta
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Del kaos al logos (VII): Humanidad adulta

Por Carlos González
miércoles 28 de noviembre de 2018, 11:28h

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Ya se ha expresado claramente en el artículo dedicado a la visión adolescente que la humanidad, como Especie, en lo que se refiere a la evolución de su mente y forma de pensar y evaluar, corresponde a la de un adolescente medio. Quizá a lo que los técnicos denominan, un adolescente tardío. Esta termina a los veinticuatro años. Como grupo pensamos y actuamos como un joven de veinte a veintidós años lo haría.

¿Porqué esto es así? Porque nuestra forma de evaluar la relación con nuestro entorno, desde un concepto global, lo hacemos desde una serie de “ideales”, mezclamos el deseo con su posibilidad, y adoptamos decisiones cargadas de “Voluntad”, de querer llegar a un mundo supuesto, casi siempre ideal, incluso aceptamos que es “Utópico”, antes que una valoración con los pies en la tierra analizando lo que es posible y lo que no. O teniendo en cuenta las opiniones de los demás en general, y sopesando cómo podemos equilibrar unos deseos conjuntos que sean posibles en convivencia y no en la confrontación constante como pretende vivir un adolescente. Él siempre tiene razón, y, ni en los mejores momentos puede pensar que puede que los demás, si no más, por lo menos tengan el mismo grado de razón que él o ella. Un adulto si valora esas situaciones.

También, porque al enjuiciar y practicar el sexo en cuanto a grupo, lo hacemos con un montón de tabúes. No podemos hablar libre y culturalmente de él. De hecho no existe una cultura del sexo como existe del vino o de la gastronomía. Disponemos de un batiburrillo de palabras semi-ocultas, semi-prohibidas –por lo menos socialmente- y todo ello en occidente y en las mejores sociedades laicas, en la mayoría del planeta, simplemente, no es posible nombrar el sexo o razonar y hablar de él.

En conjunto, en las decisiones públicas, actuamos como adolescentes porque en vez de preocuparnos por defender nuestras familias, nuestro espacio vital, y negociar con los habitantes de otros territorios, nos dedicamos a creer en un montón de tonterías. Algunas, cuando las analizamos en frio ni siquiera las entendemos, o en el mejor de los casos son terriblemente contradictorias, sin embargo las seguimos a ciegas. Y las decisiones colectivas están motivadas por mitos, leyendas y ocurrencias, más que por verdaderos conocimientos objetivos. De los que pueden ser contrastados con tranquilidad.

¿Qué debería pensar o hacer la Humanidad en sus decisiones colectivas para ser adulta? Pues actuar como un adulto individual lo haría. Se dejaría de zarandajas, ocurrencias, creencias varias y ensoñaciones de novela, para actuar tomando decisiones basándose en conocimientos y experiencias, Sabiendo que su principal deber es defenderse de los avatares de la vida y proteger a su familia. Buscar reglas de convivencia lo más equilibradas, justas y objetivas posibles para pactar con sus semejantes los mejores mecanismos de cooperación y colaboración. Y, simplemente, avanzar para forjarse el mejor futuro para todos, para toda la Especie.

Si ya fuésemos adultos, o pretendiésemos adoptar decisiones como si en grupo actuásemos así, lo que haríamos es ser conscientes que habitamos un planeta, todos, porque no podemos fraccionarlo o evitar las contaminaciones de todo tipo de unas partes a las otras, y al ser conscientes de este conocimiento adoptaríamos los acuerdos de cuidar todos de él. De hacer un jardín o un huerto cultivable para obtener las mejores frutas y hortalizas para nosotros y nuestras familias, y no un vertedero como parece que va a terminar. Aplicaríamos el conocimiento de que si hay ricos y muy pobres lo que haremos es crear grandes conflictos por las desigualdades sociales. Y si no curamos a los enfermos el contagio de las enfermedades nos alcanzará a nosotros y a nuestros hijos.

En cuanto a las relaciones afectivas y sexuales actuaríamos basados en las experiencias ya vividas de otras culturas y sabríamos que debemos alcanzar los mejores y mayores conocimientos sobre esa imprescindible actividad humana. Lo enseñaríamos sin tabú alguno a los jóvenes de ambos sexos y sería aceptado con toda la tranquilidad del mundo entre adultos y sin la menor violencia.

Desearíamos tiempos mejores y lucharíamos por ellos, porque sabríamos que solo de nosotros dependía, pero llevaríamos con dignidad y buen humor los avatares de la vida.

En fin, luchando día a día, construiríamos y esperaríamos tiempos mejores…

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